miércoles, 13 de enero de 2016

73. Los petardos y "la Antoñi"




Cuando vivía en Leganés, deseaba con ansia el momento vacaciones, sobre todo porque en navidad venía a Córdoba a ver a mi madre y nos íbamos a casa de mi abuela a La Fuensanta... frente a los "bloques rojos".

Qué buenos recuerdos los de ese barrio... y qué maravillosa mi vecina "a Antoñi"..
Puede que tuviera un año más que yo y, en aquella época, creo que habría dado un brazo por ser ella si me lo hubieran ofrecido. Era mi ídolo!!!

Trece años tendría aquel año y su madre le dejaba ponerse tacones. ¿Tú sabes lo que es que alguien PUEDA ponerse tacones a esa edad??? Ay... cómo la envidiaba!!!
A mi jamás me lo hubieran permitido! Jamás hubiera osado ni preguntarlo!!!

Pues "la Antoñi" llevaba tacones con los vaqueros y eso me hacía tenerla en el más alto pedestal de lo que me gustaría ser. Y en edad de desarrollar, el culo gordunchi de mi amiga hacía que de espaldas casi diera el pego de que era una mujercita. Sueño de cualquier niña de mi edad...

La auténtica cordobesa guapa de nariz bien formada. Su pelo rubio y con ondas alborotadas. Sus siempre con recogidos repentinos -con una goma que llevaba en la muñeca- en la parte alta de la cabeza, porque le molestaba el pelo, y lo de atrás suelto, lo que le daba un toque de belleza espontánea que agudizaba mis complejos y los multiplicaba por mil...

Sus ojos chiquitos eran azul cielo, preciosos, achinados al reír... Y encima, no contenta con tener derecho a su poquito de tacón, su madre le dejaba también echarse rimmel, por lo que su mirada un pelín churreteada por las pestañas de abajo era ya una bomba. Y brillo de labios. Que ella decía que era "vaselina, porque se me cortan" pero yo tenía clarísimo que era un pintalabios rosa.

Tenía idealizada a "a Antoñi" Era mi prototipo de chica guapa y TODO lo que hiciera la Antoñi, para mi era LO MÁS....

Por ejemplo, cuando dábamos un paseo, me hacía entrar en todos los portales del barrio pa marcarse un taconeo con sus tacones. Porque en los portales suena guay. El eco y eso...

No estoy de broma.
Se paraba en todos.
Tacatá..tacatá..tacatá... comenzaba su baile y yo observaba alucinada esos pies de tobillo regordito con ESE TACÓN con calcetín, intentando memorizar el compás para probarlo yo en casa (vamos, que luego ni de coña, que la suela de mis feos zapatos no sonaba a na, si acaso -al ir chocando con la planta al estar siempre despegados- parecía que aplaudía...)

Otra cosa que admiraba de la Antoñi era su capacidad pulmonar para pedirle el bocadillo de la merienda a su madre, vecina del cuarto de mi abuela.

-MÁ-MAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA.....!!!! TÍRAME UN BOCAÍLLO DE CHOOOOOPEEEEHHH...!!! (en la Fuensanta era muy típico comunicarse entre calle y casa a grito pelao). Y la madre se lo bajaba desde el balcón con un cubo y una cuerda. Y eso lo juro.

Tan obsesionada estaba con "la Antoñi" que cuando regresaba a Madrid, donde el "choped" no era común ni se había escuchado nunca, me tiraba el rollo con mis amigas diciendo que había estado en Córdoba con mi Antoñi y comiendo -creyendo que ese embutido debía ser algo rollo gourmet-bocadillos de "chopes" (porque como yo tenía un acento muy fino, daba por sentado que cualquier palabra cordobesa acabada en "h" aspirada, sin lugar a dudas se traducía en "s").

Y la última cosa que admiraba de la Antoñi era que cuando algo le encantaba agitaba la mano con la palma hacia el pecho, de una manera increíble que hacía que sonara como un "clac clac clac clac clac" maravilloso, mágico, superchori, que unido a la frase "ese vehtío eh un tacaso guapo, tía!!!"... pues eso... que yo quería ser la Antoñi y punto.
Y aquella tarde compramos petardos, típicos también del barrio...
Primero fuimos a la casa de la "kingkona", vecina del bajo como mi abuela, con sus rulos siempre puestos, y su ventana estaba justo antes de entrar en el portal. La llamaban así por ser esposa del "kingkon" y tenían un "mal bajío" increíble ambos y todo les molestaba. Lanzamos uno por su ventana y salimos huyendo.
Luego pasamos por la ventana de otra vecina del portal de al lado, "la gata negra", viuda, de luto perpétuo y aspecto terrorífico.... De esas superviejas con las cejas pintadas de marrón... Así que otro petardito por la ventana y...a correr!!!
Hicimos la ronda petardil y nos paramos a descansar en "los bancos". Ese lugar emblemático del barrio donde salían las abuelas en las noches calurosas con sus sillas a tomar el fresco.
Era la hora de la siesta y no había un alma.
Habíamos gastado todos los petardos de "aduro" y los de "apeseta". Nunca lo entendí pero "la Antoñi" los pedía así en el puesto. Bueno, pedía así todas las chuches...
-Dame un chicle de "aduro" y tres caramelos de "apeseta". Quizás era lo mismo que decir "arradio" y "amoto", porque creo que era otra de las cosas que imitaba de mi amiga cuando llegaba a Madrid y recuerdo que me miraban raro.
Nos quedaba un petardo de esos que tienen un palito largo, que se pinchan en el suelo y se encienden, y suben alto alto y cuando no pueden más... explotan en el cielo. El famoso petardo de "trenta" (tampoco sé por qué no se decía treinta pesetas, solo "petardo de trenta".)
Lo pinché, lo encendí, nos alejamos y... ooooohhhhh... se rompió la mecha.
-Bien-pensé- Es mi momento de hacerme la chula con "la Antoñi". Mi minuto de gloria.
Yo sabía que en esos casos, se partía el petardo por la mitad, y se prendía cada una de las mitades por el lado roto y salía un surtidor de chispitas como de bengala. "La Antoñi" era una cagona y YO LO SABÍA. Ju...
Así que cogí mi petardo, lo convertí en dos mitades y encendí una de ellas...
Un arcoíris de estrellas brotaron de aquel agujerito bajo aquella preciosa mirada clara de mi amiga y mi pose de enteraílla... 10 segundos duraba, no más...
-Si no pasa nada, tía!!!-grité emocionada por su alucine ante mi valentía.
Agarré la otra mitad, cerilla en mano...
-Mira, ni siquiera quema!!!!- y coloqué la mano muy cerca de aquel chorro de fuego envalentonada por su sonrisa...
...En ese instante, en décimas de segundo, recordé que cuando el petardo original subía al cielo, explotaba algo. Y me pregunté dónde iba a parar ese "explotido" cuando se pasaba a esa fase B de quemar las dos mitades...
...Y con esa pose chuleta y mis ojos abiertos mirando a "la Antoñi" estaba cuando....
....POOOOOOOMMMMM!!!!!!-explotó en mi mano.
Socorro... Juro que pensaba que se había acabado el mundo. Que estaba en el cielo o algo de eso...
Lo veía todo borroso y estaba petrificada en aquella postura todavía. Un pitido fino comenzó a sonar en mi oído izquierdo y por entre la nube de humo divisé el gesto torcido de "la Antoñi" observando mis dedos....
La yema del índice estaba reventada y sangrando. Y los dedos colindandes, amarillos y llenitos de burbujas de sangre dentro de la piel. Yo notaba la mano MUERTA literalmente.
Corrimos al portal de nuestra casa, coincidiendo que salía de la suya la kingkona, socorro, que agarró del brazo a mi idolatrada Antoñi, le metió un gran meneo y gritó:
-VOSOTRAS HABÉIS SIDO!!!!-
...
Un hilillo de voz de niña educada salió de mis labios:
-Perdone usted, no me puedo parar que me acaba de explotar un petardo en la mano...-y jadeando entré corriendo a casa de mi abuela que con los gritos había ya abierto su puerta.
Qué dolor, qué dolor...!!! socorro... Lo peor de mi vida... Mi abuela poniéndome la mano bajo el grifo, echando agua dentro de mi yema del dedo levantada... yo llorando... el pitido...
Según parece, mientras la kingkona zarandeaba a mi Antoñi de mi alma, su madre casualmente bajaba con una silla dirección al tapicero. La kingkona pensó que era para luchar, y sacó también ella una silla. El abuelo de "la Antoñi", con demencia senil, la insultaba por el hueco de la escalera... Se armó la traca en el portal. Mi abuela entraba y salía de mi habitación, donde yo moría de llanto en la cama con los deditos vendados, y me iba poniendo al día de la bronca sin enterarse de los motivos de ella...
Ay máma mía... qué dolor de mano... qué fatiguita pasé...
No dejéis que los niños jueguen con eso, por dios...

martes, 5 de enero de 2016

9. fragmento de mi libro...

(La foto está borrosa, como mi pasado aquel...)
"DESDE MI MUCHA... O POCA VERGÜENZA", capítulo 34:

...Al final, recurrí a las barras de los bares... No para darme a la bebida -que es lo que debería haber hecho- sino como camarera responsable... de servir copas a personas con ganas de diversión y de colaborar, con otros más derrotados, en terminar de destrozar sus hígados alcoholizados... Este oficio, que practiqué hasta hace un par de años, aseguraba el pago de mi piso y escuela...

¡Y no veas como lo echo de menos...! Como nunca he sido bebedora -menos aún currando- desde mi puesto privilegiado fuera de empujones, podía observar a todo el personal, haciendo la veces de psicóloga en algunas ocasiones... Mi estado “sereno” acompañaba para estudiar sus adentros, inventándome en ocasiones la vida que llevarían en sus casas...

Me preocupaba si un consumidor habitual de refrescos me pedía un copón de alcohol, preguntándole rápidamente si le ocurría algo. Siempre acertaba. Si otro necesitaba unas monedas para pagar su bebida y, me lo comentaba con gracia, sacaba la cantidad de las propinas para que pudiera comprarla...
Cuando consideraba que alguien estaba ya demasiado borracho, lo convencía fácilmente para que se tomara un botellín de agua...

Me entristecía cuando una aparecía con novio distinto al que le acompañaba normalmente (¡...con lo buena pareja que hacían!) y me llenaba de ira cuando otro venía con la amante, no queriendo ni mirarla para no ser cómplice de la traición. Era gente que únicamente veía en el trabajo, que no conocía de nada, pero me sentía muy implicada en sus vidas... Para mi era muy gratificante que un cliente prefiriese que le atendiera yo a cualquiera de mis compañeros de trabajo, aun siendo idéntico el contenido del vaso servido y de exactas cantidades seguramente... Aunque a veces era un suplicio, la barra era de gran ayuda para evadirme de las dificultades y problemas de mi propia vida...

Lo más divertido de mi etapa de camarera fueron los trabajos en Córdoba. El “acento” de aquí, que se come las letras a destajo, sumado al fuerte volumen de la música, a veces te hacía complicado entender lo que te estaban pidiendo... Si no eras de la tierra, poco podías acelerar en tu trabajo... Una gran parte de los consumidores de la noche, tienen una manera muy particular de llamar a las bebidas.

Por ejemplo, muchos cordobeses beben whisky segoviano -cosa nada común en otros lugares donde he ejercido esta profesión- pero convirtiendo su marca “Dyc” en un breve “dih”. El bourbon “Four Roses” pasa a ser “un fú roseh”. La cerveza Heineken tiene varias vertientes, “jeikenen”, “éniken” o “jéliken”. La Fanta de Naranja -ayudada por ese entaponamiento nasal que se tiene tras largas horas de marcha- se denominaba pues, “fahtararaha”, todo seguido...

...Añadamos al asunto que los cordobeses son fieles a la Pepsi (vulgarmente apodada “pecsi” si se toma sola y “pehsi” si va acompañada) y al Seven Up (“sevenáh”) y son capaces de abandonar tu negocio si le ofreces -como única posibilidad para mezclar sus combinados- Cocacola (“coacola”) o Sprite (“ehprai”/ “ehprite”)...
...Agreguemos más: lo que para el resto del mundo sería un Dyc con Pepsi, aquí es un “dihpehsi”, todo junto. Y tanto pedir lo mismo, tanto pedir lo mismo, que algunos creen que “DYHPEHSI” es la marca del whisky. Queriendo que le sirvas tres de esos y uno con Seven Up, te indican:
-“Porme” Tres “dihpehsi” y un “dihpehsi” con “sevenáh”...- y te quedas con cara de plancha...

Contagiados por la embriaguez, te llegan otros que, para pedirte un Ron Bacardí con Pepsi, dicen “bacardicóla” -con único acento en la “o”- y luego añaden “...con pehsi”. Pasando nuevamente a ser la marca del ron “BACARDICÓLA”... o la marca del refresco como en esta otra ocasión:
- “Ar favó” de ponerme tres “bacardicóla” con “pehsi” y un “Casique” con “bacardicóla”- ... para flipar...


Los más empanados de la vida te reclamarán “un Gin Tonic con tónica” o un “cubalibre de Larios”, aunque de toda la vida el Cubalibre haya sido Ron...
Una de las cosas más absurdas que he presenciado fue una chica que quería sorprender a su pretendiente de su sabiduría en combinados. En algunas zonas de costa, a la mezcla de coñac con batido de chocolate se le llama “Logumba” (o algo así... debo investigarlo) , pero en Córdoba no es común ese apodo. Para tirarse el rollo y, mirándome con cara de “a que no sabes ni de lo que hablo”, me pidió, muy fina ella:
-Me pones, por favor, un “Molumba” (te cagas) con chocolate...- Yo me quedé parada, escondiendo la sonrisa, por lo que la “listilla” agregó:
-Verás, que si no tienes “Molumba” me puedes poner “Magno”... -pasando nuevamente a convertir el nombre del “cocktail” en la marca de la botella de coñac.


Pero a lo que no estaba acostumbrada es a ser yo quien metiese la “gamba”... Una noche, a primera hora, entró una parejita joven a mi bar...
La barra abarcaba tres o cuatro metros de largo y, me encontraba en la zona central, cuando el chico me hizo un gesto con la mano. Me acerqué, pegué la oreja a su boca y gritó:
-¡Qué “fotogénica”!!!- a lo que yo sonreí y comencé a enjuagar las bayetas en la parte del fregadero, apartándome de ellos... Volvió a mirarme, fui en su busca, y dijo de nuevo:
-¡Qué “fotogénica”!!!- y sonrió, mientras yo me preguntaba...
-¿Qué querrá decirme?- y eché Mistol en el agua...
...El tipo, con cara de sorpresa por mi indiferencia, repitió:
-¡Qué fotogénica!- mi boca se torcía por momentos y... meditaba:
-¿A qué viene eso de “fotogénica”? ¿Qué porras quiere el tío este?- y continué la tarea de los trapos... El muchacho insistió, chillando más por la fuerte música de fondo:
-¡Qué “fotogénica”!!!- quedándome yo super seria y sin levantar la cabeza del grifo...
-¡Tendrá cara!- dije para mis adentros...- ¡La novia delante y el colega tirándome los trastos...!- qué poca vergüenza...

...El chaval repasó todo lo largo de la barra, ojeando a ver si había más camareros. Pero, como estaba sola, volvió a increparme con su comentario:
-Perdona... -le observé con fastidio- ¡Qué “fotogénica”!- la novia se iba encendiendo por momentos y yo, ya no sabía dónde meterme... Incrusté mi cabeza en el barreño de las bayetas, y simulé seguir lavando...
-¿Está abierta la barra?- irrumpió otra vez mientras yo asentía levemente con la cabeza...- ¡Qué “fotogénica”!- insistía, perplejo por mi actitud... Entretanto, su pareja se cruzó de brazos con nerviosismo y frunció el ceño... Comencé a abrillantar la barra con mis trapos relucientes... así “ella” vería que “yo pasaba” de su novio...

-¿Qué coño quiere éste? ¿Que “pose”? ¿Qué “fotogénica” de qué?- La consorte se enfurecía más a lo lejos, me estaba dando miedo ya... Cuando el muchacho, una vez más, me hizo un gesto con la mano, me acerqué cabreada procurando que su chica escuchase bien el tono de enfado:
-¡Qué quieres!- él, asustadito perdido, susurró dulcemente con un acento super cordobés:
-...Dos... “jeliken”...- tierra trágame... Me estaba pidiendo desde que llegó dos Heineken, pero como decía “dos jeliken”, pues yo entendía “qué fotogénica”... Por eso tanta insistencia y la mala cara de la mujer, cabreada por mi pasividad ante su petición... Socorro...


...Tuve que acercarme, explicarles lo que me había ocurrido, disculparme ciegamente por mi sordera y, por supuesto, invitarles a las birras...

18. AZÚCAR Y COLACAO


Si me paro a pensar, las historietas de comer a escondidas (no de comida “escondida”) me vienen desde muy temprana edad, pues con 4 o 5 años, recuerdo ir a la cocina a hurtadillas, abrir la alacena (así llamaba mi madre al armarito empotrado ese) y buscar el bote de ColaCao. Encaramada a una silla sin hacer ruido, cogía una cucharilla, la llenaba con colmo, y me la metía en la boca. Entonces, un golpe de tos- porque no se por qué siempre que se toma ColaCao con cuchara, se tose- y el polvo “desparramao” por la estantería... Con la manga lo limpiaba con mucho cuidadito, y me iba con los hocicos llenos al cuarto de baño para mirarme en el espejo los dientes marrones de cacao. Y no salía de allí hasta que mi boca quedaba limpia a base de lametones.
Me apasionaba el ColaCao, supongo que como a todos los niños. A veces, me llenaba los bolsillos del babi de la guardería, uno con azúcar y otro con ColaCao, para luego meter a escondidas los dedos en clase y chuparlos sin parar. También cogía las cápsulas del mueble de las medicinas, las vaciaba y las llenaba de lo mismo. Me encantaba sentirme enferma e imaginar que el médico me las mandaba. Recuerdo al masticarlas un ligero sabor amargo de restos de medicamento mezclado con el divino Colacao... Algo me dice que esto del ColaCao en cápsulas no es bueno que lo cuente. En realidad me lo ha aconsejado “alguien”... Es de enfermos... Pero bueno está... Muchos de mis amigos, en conversaciones privadas, me han confesado también que chupaban cajas enteras de Aspirinas infantiles y no por eso están internos en un psiquiátrico...

20. EL PAVO FELIPE






Lo más entrañable que recuerdo de mi etapa escolar eran las vacaciones; verano, semana santa, Navidad... A medida que crecemos y nos independizamos, empezamos a enterarnos de lo complicado que a veces resulta organizar las reuniones de parientes, por ejemplo, de Navidad: que si tú “traes los aperitivos y yo el Champán”, “la tita preparará la ensaladilla y tu hermana la carne”, que quién va a ir “a recoger a la abuela”... Pero con diez o doce años, mi única misión en esas cenas familiares era la de montarme en un coche y dejarme llevar...

La mayoría de los vegetarianos no lo somos del todo. En ocasiones, por no dar explicaciones o por educación, comemos carne. Aunque no pasamos el límite del pollo o el pavo. No me como unos caracoles ni unas manitas de cerdo ni de coña, pero si estoy invitada a una cena que tiene algo de pollo, como y callo, evitando así el típico debate sobre lo necesario de la proteína animal en mi vida, o que muchos tejidos de mis prendas de vestir están hechos de los animales que presumo no engullir... En fin, esas cosas que defienden hasta la muerte los carnívoros. Lo ya se sabe es que, en mi caso, dejé de comer ciertos animales únicamente por traumas personales. Ya en el instituto, por ejemplo, me encontré en plena calle un cordero adulto (cerca de la facultad de veterinaria, se habría escapado) y descubrí que su olor era semejante al de casa de mi tía en nochebuena. Deduje entonces que lo que yo suponía aroma a salsa del asado de ese animal, no era sino el olor propio del cordero vivo. Me dio tanta impresión aquel “momento” que decidí no comerlo nunca más, que todo sea dicho, tampoco es que me hiciera mucha gracia... Y es que además del asado, esa rama de mi familia acostumbraba a jalarse las cabezas del cordero...

Aunque estaban partidas en dos mitades simétricas, se podía reconocer en ellas la carita del animalito que fue un día, con sus dientecitos, su lengüita, sus sesitos, y ese ojito que salpicaba al pincharlo y que -comentaban entre ellos- tenía un toque picante... Y esta grima que me empezó a dar el cordero, vino acompañada de sensaciones extrañas con cualquier clase de carne “mayor” (vaca, ciervo, cerdo con orejas...). Las chuletas, colocadas en la plancha al fuego, se me tornaban personajes tomando el sol boca abajo, apoyando sus manos en la sartén caliente para girar la cabeza y mirarme con cara desencajada, pareciendo decir:
-¡Uf! Hace calorcillo, ¿no?-. Así que abandoné por completo la posibilidad de volver a comer filetes, permitiendo sólo ocupar mi nevera a las carnes “menores” -como los semivegetarianos- tipo pavo y pollo. Y en mi caso, únicamente al pollo porque a partir de mi experiencia con Felipe, el pavo ocupó también su lugar en la vitrina de lo que no se toca (todo gradualmente, hasta hoy, donde la carne no tiene espacio en mi lista del supermercado).

Era Navidad, y la pasábamos en casa de mi abuela de Córdoba. Sólo a mi madre se le pudo ocurrir comprar un pavo vivo un 18 de Diciembre: ¡seis días antes de la cena de Nochebuena! Entre murmullos y gritos de sorpresa de la familia al verlo, escuché que había costado muy caro y que una vez relleno pesaría unos 20 kilos. ¡Mamma mía, 20 kilos...!

Cuando la vivienda volvió a la normalidad después de la emoción, salimos al patio para verlo una vez más y de cerca. Era impresionante, gigante... Y qué raro era eso que le colgaba de la nariz (bueno del pico)... Entre unos y otros barajamos qué nombre ponerle y, la verdad es que tenía cara de Felipe. En ningún momento se nos avisó de no encariñarnos con el pavo, ni caí en que él estaba en mi casa para ser devorado en una cena. Pobre...

Era Diciembre, así que colocamos a Felipe su chaquetilla de chándal, con gorro incluido que, con su culo muy gordo y su cuello largo, rellenó perfectamente. Al cuarto día de estancia en casa era uno más de la familia. Al grupo de fans del pavo se unió una tía, de la que mi madre se reía porque contó que le puso por la noche una manta, y Felipe -con cara de alivio- le dijo algo así como:
-¡aaaaayyyy....!- del gustito del calorcito. Estábamos encantados todos. Se lo enseñábamos a las vecinitas, jugábamos con él, le dábamos comida, nos seguía moviendo su cuello como un camello....

...Y amaneció el día 24. Mi abuela, madrugadora, cogió un cuchillo de esos de película de terror y pidió voluntarios para “matar al bicho”. Los niños lloramos, mi tía desapareció, y mi madre... esa que trajo el pavo y que se reía de que durmiera con manta... ¡huyó de la casa también sin hacer el menor ruido!
Recuerdo perfectamente los chillidos del animalito, pero más los de mi abuela que se las vio negra para conseguir degollarlo. Gritaba y gritaba porque no podía agarrarlo, se le escapaba, le picaba... Felipe murió, no sin antes destrozar sus piernas. Fue una dura batalla, pero al menos se defendió.

...Y ahora, si me disculpáis, pediré cinco minutos de silencio. [...]

Durante el resto del día, y con las pantorrillas sangrando, la que sumió en las tinieblas a Felipe se dedicó a rellenarlo. Ninguno de la familia entró a ayudarla. El silencio de la cocina solo se interrumpía por sus propios murmullos, donde criticaba a quien no la ayudó, juraba no volver a matar un pavo de nadie, hablando cosas muy pero que muy feas....

...La noche llegó y con ella la cena... que más que cena de Navidad se convirtió en el velatorio de Felipe. Nadie (y cuando digo “nadie” me refiero a “nadie”) comió. Todos sentados en torno al pavo relleno de qué sabe nadie... Cabizbajos, y con los ojos llorosos... Mi abuela hizo el intento de trincharlo en un par de ocasiones, pero como ni siquiera tenía el apoyo de mi madre después del asesinato, desistió. Masculló entre dientes alguna maldición, comió otra cosa de la mesa y calló... Con Felipe inerte frente a nosotros, el hambre se esfumó y, a su lado, el alma de un inocente.

Al día siguiente, para comer había sopa, que nadie comió por si tenía Felipe. Al otro pusieron albóndigas, que tampoco tuvimos el gusto de probar por el mismo motivo. Así estuvimos con nuestro trastorno algún tiempo más. Por lo que Felipe fue a la basura. Nunca más se compró un pavo en casa, y nunca más lo comí yo... o al menos eso pensaba... Y es que hace unos días, recordando a mi madre la anécdota de aquella Navidad, entre risas me confesó que “de eso nada”. “Que a ver si yo me iba a pensar que con el hambre que había en el mundo ella se iba a permitir el lujo de tirar 20 kilos de pavo a la basura”. Así que según parece fue echando poco a poco trocitos de Felipe en los macarrones, croquetas, empanadillas, hamburguesas, estofado...y en el resto de las comidas de aquella nefasta Navidad. Llevo unos días petrificada por este motivo...

Me ha dolido más que el engaño de los Reyes Magos... Lo juro.

28. HIMNOS...


Algún día la tendré que confesar por lo traumatizante que fue... Tendría 11 años y disfrutaba de unos campamentos de verano militares. Eso son maniobras de 15 días de soldados, a las que añaden 20 o 30 hijos de militar. Se hacen a veces las mismas cosas que hacen los soldados: marchas, gimnasia, formaciones, jura de bandera... Pero no deja de ser un campamento...


En fín, supongo que suena raro -y que nadie me pregunte-pero mi padre me apuntó ese verano...


El último día, hay visita de los padres. Se enseñan las actividades aprendidas, entre ellas : cantar el himno del regimiento en cuestión. El mío era EL REGIMIENTO DE AUTOMÓVILES DE CASASVIEJAS. Y allí estábamos todos los niños, formados como una coral, entonando la cancioncita....


SOOOOLDAAAADO DEL REGIMIENTO DE AUTOS SOOOOY


Y ALEEEGRE VOOOOYYYY


MI LEEEEMA ES SERVIR A ESPAÑA Y A SU HONOOOR


CON FE Y AMOOOORRR


ME GUSTA EN EL SUEEEELO MIRAAAAAR


CON FUEEEERZA EN EL SUEEEELOOO PISAAAAR...


..en ese momento, en ese dichoso momento "con fuerza en el suelo pisar" de los cojones... un niño rubio de pelo cortado a cazo que estaba colocado justo delante mío se tiró un peo. Pero no un peillo, leve ni suave... Sonó como una moto haciéndose el silencio unos instantes...


El hijoputa, me cago en su padre (y espero que lo lea), no tuvo otra feliz idea que darse la vuelta rápidamente y, con dedo acusica gritar al primero que se topó:


-HAS SIDO TÚ!!!- ... no es necesario explicar quién había en la dirección de ese dedo delator... YO... Sí, yo..


Si ahora soy vergonzosa, imaginad cómo era con 11 años... Me puse colorada como un tomate y quedé petrificada y muda mientras TODOS los niños, TODOS me miraban tapándose la nariz... Evidentemente YO no había sido ni de coña, pero mi comportamiento hizo dudar incluso a mis mejores amigas. Comenzaron todos a alejarse, entre risitas y frases de : "QUÉ PEEESTEEE" mientras yo me iba convirtiendo en algo chiquitito chiquitito, colorado y... en fín... me iba convirtiendo en NADA. El cabo que dirigia la cantinela puso orden y, a voces, obligó a los niños a volver a formar filas y terminar el himno...




Es una tontería pero a veces me viene el recuerdo y muero de rabia... (no vale reírse... )