miércoles, 13 de enero de 2016

73. Los petardos y "la Antoñi"




Cuando vivía en Leganés, deseaba con ansia el momento vacaciones, sobre todo porque en navidad venía a Córdoba a ver a mi madre y nos íbamos a casa de mi abuela a La Fuensanta... frente a los "bloques rojos".

Qué buenos recuerdos los de ese barrio... y qué maravillosa mi vecina "a Antoñi"..
Puede que tuviera un año más que yo y, en aquella época, creo que habría dado un brazo por ser ella si me lo hubieran ofrecido. Era mi ídolo!!!

Trece años tendría aquel año y su madre le dejaba ponerse tacones. ¿Tú sabes lo que es que alguien PUEDA ponerse tacones a esa edad??? Ay... cómo la envidiaba!!!
A mi jamás me lo hubieran permitido! Jamás hubiera osado ni preguntarlo!!!

Pues "la Antoñi" llevaba tacones con los vaqueros y eso me hacía tenerla en el más alto pedestal de lo que me gustaría ser. Y en edad de desarrollar, el culo gordunchi de mi amiga hacía que de espaldas casi diera el pego de que era una mujercita. Sueño de cualquier niña de mi edad...

La auténtica cordobesa guapa de nariz bien formada. Su pelo rubio y con ondas alborotadas. Sus siempre con recogidos repentinos -con una goma que llevaba en la muñeca- en la parte alta de la cabeza, porque le molestaba el pelo, y lo de atrás suelto, lo que le daba un toque de belleza espontánea que agudizaba mis complejos y los multiplicaba por mil...

Sus ojos chiquitos eran azul cielo, preciosos, achinados al reír... Y encima, no contenta con tener derecho a su poquito de tacón, su madre le dejaba también echarse rimmel, por lo que su mirada un pelín churreteada por las pestañas de abajo era ya una bomba. Y brillo de labios. Que ella decía que era "vaselina, porque se me cortan" pero yo tenía clarísimo que era un pintalabios rosa.

Tenía idealizada a "a Antoñi" Era mi prototipo de chica guapa y TODO lo que hiciera la Antoñi, para mi era LO MÁS....

Por ejemplo, cuando dábamos un paseo, me hacía entrar en todos los portales del barrio pa marcarse un taconeo con sus tacones. Porque en los portales suena guay. El eco y eso...

No estoy de broma.
Se paraba en todos.
Tacatá..tacatá..tacatá... comenzaba su baile y yo observaba alucinada esos pies de tobillo regordito con ESE TACÓN con calcetín, intentando memorizar el compás para probarlo yo en casa (vamos, que luego ni de coña, que la suela de mis feos zapatos no sonaba a na, si acaso -al ir chocando con la planta al estar siempre despegados- parecía que aplaudía...)

Otra cosa que admiraba de la Antoñi era su capacidad pulmonar para pedirle el bocadillo de la merienda a su madre, vecina del cuarto de mi abuela.

-MÁ-MAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA.....!!!! TÍRAME UN BOCAÍLLO DE CHOOOOOPEEEEHHH...!!! (en la Fuensanta era muy típico comunicarse entre calle y casa a grito pelao). Y la madre se lo bajaba desde el balcón con un cubo y una cuerda. Y eso lo juro.

Tan obsesionada estaba con "la Antoñi" que cuando regresaba a Madrid, donde el "choped" no era común ni se había escuchado nunca, me tiraba el rollo con mis amigas diciendo que había estado en Córdoba con mi Antoñi y comiendo -creyendo que ese embutido debía ser algo rollo gourmet-bocadillos de "chopes" (porque como yo tenía un acento muy fino, daba por sentado que cualquier palabra cordobesa acabada en "h" aspirada, sin lugar a dudas se traducía en "s").

Y la última cosa que admiraba de la Antoñi era que cuando algo le encantaba agitaba la mano con la palma hacia el pecho, de una manera increíble que hacía que sonara como un "clac clac clac clac clac" maravilloso, mágico, superchori, que unido a la frase "ese vehtío eh un tacaso guapo, tía!!!"... pues eso... que yo quería ser la Antoñi y punto.
Y aquella tarde compramos petardos, típicos también del barrio...
Primero fuimos a la casa de la "kingkona", vecina del bajo como mi abuela, con sus rulos siempre puestos, y su ventana estaba justo antes de entrar en el portal. La llamaban así por ser esposa del "kingkon" y tenían un "mal bajío" increíble ambos y todo les molestaba. Lanzamos uno por su ventana y salimos huyendo.
Luego pasamos por la ventana de otra vecina del portal de al lado, "la gata negra", viuda, de luto perpétuo y aspecto terrorífico.... De esas superviejas con las cejas pintadas de marrón... Así que otro petardito por la ventana y...a correr!!!
Hicimos la ronda petardil y nos paramos a descansar en "los bancos". Ese lugar emblemático del barrio donde salían las abuelas en las noches calurosas con sus sillas a tomar el fresco.
Era la hora de la siesta y no había un alma.
Habíamos gastado todos los petardos de "aduro" y los de "apeseta". Nunca lo entendí pero "la Antoñi" los pedía así en el puesto. Bueno, pedía así todas las chuches...
-Dame un chicle de "aduro" y tres caramelos de "apeseta". Quizás era lo mismo que decir "arradio" y "amoto", porque creo que era otra de las cosas que imitaba de mi amiga cuando llegaba a Madrid y recuerdo que me miraban raro.
Nos quedaba un petardo de esos que tienen un palito largo, que se pinchan en el suelo y se encienden, y suben alto alto y cuando no pueden más... explotan en el cielo. El famoso petardo de "trenta" (tampoco sé por qué no se decía treinta pesetas, solo "petardo de trenta".)
Lo pinché, lo encendí, nos alejamos y... ooooohhhhh... se rompió la mecha.
-Bien-pensé- Es mi momento de hacerme la chula con "la Antoñi". Mi minuto de gloria.
Yo sabía que en esos casos, se partía el petardo por la mitad, y se prendía cada una de las mitades por el lado roto y salía un surtidor de chispitas como de bengala. "La Antoñi" era una cagona y YO LO SABÍA. Ju...
Así que cogí mi petardo, lo convertí en dos mitades y encendí una de ellas...
Un arcoíris de estrellas brotaron de aquel agujerito bajo aquella preciosa mirada clara de mi amiga y mi pose de enteraílla... 10 segundos duraba, no más...
-Si no pasa nada, tía!!!-grité emocionada por su alucine ante mi valentía.
Agarré la otra mitad, cerilla en mano...
-Mira, ni siquiera quema!!!!- y coloqué la mano muy cerca de aquel chorro de fuego envalentonada por su sonrisa...
...En ese instante, en décimas de segundo, recordé que cuando el petardo original subía al cielo, explotaba algo. Y me pregunté dónde iba a parar ese "explotido" cuando se pasaba a esa fase B de quemar las dos mitades...
...Y con esa pose chuleta y mis ojos abiertos mirando a "la Antoñi" estaba cuando....
....POOOOOOOMMMMM!!!!!!-explotó en mi mano.
Socorro... Juro que pensaba que se había acabado el mundo. Que estaba en el cielo o algo de eso...
Lo veía todo borroso y estaba petrificada en aquella postura todavía. Un pitido fino comenzó a sonar en mi oído izquierdo y por entre la nube de humo divisé el gesto torcido de "la Antoñi" observando mis dedos....
La yema del índice estaba reventada y sangrando. Y los dedos colindandes, amarillos y llenitos de burbujas de sangre dentro de la piel. Yo notaba la mano MUERTA literalmente.
Corrimos al portal de nuestra casa, coincidiendo que salía de la suya la kingkona, socorro, que agarró del brazo a mi idolatrada Antoñi, le metió un gran meneo y gritó:
-VOSOTRAS HABÉIS SIDO!!!!-
...
Un hilillo de voz de niña educada salió de mis labios:
-Perdone usted, no me puedo parar que me acaba de explotar un petardo en la mano...-y jadeando entré corriendo a casa de mi abuela que con los gritos había ya abierto su puerta.
Qué dolor, qué dolor...!!! socorro... Lo peor de mi vida... Mi abuela poniéndome la mano bajo el grifo, echando agua dentro de mi yema del dedo levantada... yo llorando... el pitido...
Según parece, mientras la kingkona zarandeaba a mi Antoñi de mi alma, su madre casualmente bajaba con una silla dirección al tapicero. La kingkona pensó que era para luchar, y sacó también ella una silla. El abuelo de "la Antoñi", con demencia senil, la insultaba por el hueco de la escalera... Se armó la traca en el portal. Mi abuela entraba y salía de mi habitación, donde yo moría de llanto en la cama con los deditos vendados, y me iba poniendo al día de la bronca sin enterarse de los motivos de ella...
Ay máma mía... qué dolor de mano... qué fatiguita pasé...
No dejéis que los niños jueguen con eso, por dios...

martes, 5 de enero de 2016

9. fragmento de mi libro...

(La foto está borrosa, como mi pasado aquel...)
"DESDE MI MUCHA... O POCA VERGÜENZA", capítulo 34:

...Al final, recurrí a las barras de los bares... No para darme a la bebida -que es lo que debería haber hecho- sino como camarera responsable... de servir copas a personas con ganas de diversión y de colaborar, con otros más derrotados, en terminar de destrozar sus hígados alcoholizados... Este oficio, que practiqué hasta hace un par de años, aseguraba el pago de mi piso y escuela...

¡Y no veas como lo echo de menos...! Como nunca he sido bebedora -menos aún currando- desde mi puesto privilegiado fuera de empujones, podía observar a todo el personal, haciendo la veces de psicóloga en algunas ocasiones... Mi estado “sereno” acompañaba para estudiar sus adentros, inventándome en ocasiones la vida que llevarían en sus casas...

Me preocupaba si un consumidor habitual de refrescos me pedía un copón de alcohol, preguntándole rápidamente si le ocurría algo. Siempre acertaba. Si otro necesitaba unas monedas para pagar su bebida y, me lo comentaba con gracia, sacaba la cantidad de las propinas para que pudiera comprarla...
Cuando consideraba que alguien estaba ya demasiado borracho, lo convencía fácilmente para que se tomara un botellín de agua...

Me entristecía cuando una aparecía con novio distinto al que le acompañaba normalmente (¡...con lo buena pareja que hacían!) y me llenaba de ira cuando otro venía con la amante, no queriendo ni mirarla para no ser cómplice de la traición. Era gente que únicamente veía en el trabajo, que no conocía de nada, pero me sentía muy implicada en sus vidas... Para mi era muy gratificante que un cliente prefiriese que le atendiera yo a cualquiera de mis compañeros de trabajo, aun siendo idéntico el contenido del vaso servido y de exactas cantidades seguramente... Aunque a veces era un suplicio, la barra era de gran ayuda para evadirme de las dificultades y problemas de mi propia vida...

Lo más divertido de mi etapa de camarera fueron los trabajos en Córdoba. El “acento” de aquí, que se come las letras a destajo, sumado al fuerte volumen de la música, a veces te hacía complicado entender lo que te estaban pidiendo... Si no eras de la tierra, poco podías acelerar en tu trabajo... Una gran parte de los consumidores de la noche, tienen una manera muy particular de llamar a las bebidas.

Por ejemplo, muchos cordobeses beben whisky segoviano -cosa nada común en otros lugares donde he ejercido esta profesión- pero convirtiendo su marca “Dyc” en un breve “dih”. El bourbon “Four Roses” pasa a ser “un fú roseh”. La cerveza Heineken tiene varias vertientes, “jeikenen”, “éniken” o “jéliken”. La Fanta de Naranja -ayudada por ese entaponamiento nasal que se tiene tras largas horas de marcha- se denominaba pues, “fahtararaha”, todo seguido...

...Añadamos al asunto que los cordobeses son fieles a la Pepsi (vulgarmente apodada “pecsi” si se toma sola y “pehsi” si va acompañada) y al Seven Up (“sevenáh”) y son capaces de abandonar tu negocio si le ofreces -como única posibilidad para mezclar sus combinados- Cocacola (“coacola”) o Sprite (“ehprai”/ “ehprite”)...
...Agreguemos más: lo que para el resto del mundo sería un Dyc con Pepsi, aquí es un “dihpehsi”, todo junto. Y tanto pedir lo mismo, tanto pedir lo mismo, que algunos creen que “DYHPEHSI” es la marca del whisky. Queriendo que le sirvas tres de esos y uno con Seven Up, te indican:
-“Porme” Tres “dihpehsi” y un “dihpehsi” con “sevenáh”...- y te quedas con cara de plancha...

Contagiados por la embriaguez, te llegan otros que, para pedirte un Ron Bacardí con Pepsi, dicen “bacardicóla” -con único acento en la “o”- y luego añaden “...con pehsi”. Pasando nuevamente a ser la marca del ron “BACARDICÓLA”... o la marca del refresco como en esta otra ocasión:
- “Ar favó” de ponerme tres “bacardicóla” con “pehsi” y un “Casique” con “bacardicóla”- ... para flipar...


Los más empanados de la vida te reclamarán “un Gin Tonic con tónica” o un “cubalibre de Larios”, aunque de toda la vida el Cubalibre haya sido Ron...
Una de las cosas más absurdas que he presenciado fue una chica que quería sorprender a su pretendiente de su sabiduría en combinados. En algunas zonas de costa, a la mezcla de coñac con batido de chocolate se le llama “Logumba” (o algo así... debo investigarlo) , pero en Córdoba no es común ese apodo. Para tirarse el rollo y, mirándome con cara de “a que no sabes ni de lo que hablo”, me pidió, muy fina ella:
-Me pones, por favor, un “Molumba” (te cagas) con chocolate...- Yo me quedé parada, escondiendo la sonrisa, por lo que la “listilla” agregó:
-Verás, que si no tienes “Molumba” me puedes poner “Magno”... -pasando nuevamente a convertir el nombre del “cocktail” en la marca de la botella de coñac.


Pero a lo que no estaba acostumbrada es a ser yo quien metiese la “gamba”... Una noche, a primera hora, entró una parejita joven a mi bar...
La barra abarcaba tres o cuatro metros de largo y, me encontraba en la zona central, cuando el chico me hizo un gesto con la mano. Me acerqué, pegué la oreja a su boca y gritó:
-¡Qué “fotogénica”!!!- a lo que yo sonreí y comencé a enjuagar las bayetas en la parte del fregadero, apartándome de ellos... Volvió a mirarme, fui en su busca, y dijo de nuevo:
-¡Qué “fotogénica”!!!- y sonrió, mientras yo me preguntaba...
-¿Qué querrá decirme?- y eché Mistol en el agua...
...El tipo, con cara de sorpresa por mi indiferencia, repitió:
-¡Qué fotogénica!- mi boca se torcía por momentos y... meditaba:
-¿A qué viene eso de “fotogénica”? ¿Qué porras quiere el tío este?- y continué la tarea de los trapos... El muchacho insistió, chillando más por la fuerte música de fondo:
-¡Qué “fotogénica”!!!- quedándome yo super seria y sin levantar la cabeza del grifo...
-¡Tendrá cara!- dije para mis adentros...- ¡La novia delante y el colega tirándome los trastos...!- qué poca vergüenza...

...El chaval repasó todo lo largo de la barra, ojeando a ver si había más camareros. Pero, como estaba sola, volvió a increparme con su comentario:
-Perdona... -le observé con fastidio- ¡Qué “fotogénica”!- la novia se iba encendiendo por momentos y yo, ya no sabía dónde meterme... Incrusté mi cabeza en el barreño de las bayetas, y simulé seguir lavando...
-¿Está abierta la barra?- irrumpió otra vez mientras yo asentía levemente con la cabeza...- ¡Qué “fotogénica”!- insistía, perplejo por mi actitud... Entretanto, su pareja se cruzó de brazos con nerviosismo y frunció el ceño... Comencé a abrillantar la barra con mis trapos relucientes... así “ella” vería que “yo pasaba” de su novio...

-¿Qué coño quiere éste? ¿Que “pose”? ¿Qué “fotogénica” de qué?- La consorte se enfurecía más a lo lejos, me estaba dando miedo ya... Cuando el muchacho, una vez más, me hizo un gesto con la mano, me acerqué cabreada procurando que su chica escuchase bien el tono de enfado:
-¡Qué quieres!- él, asustadito perdido, susurró dulcemente con un acento super cordobés:
-...Dos... “jeliken”...- tierra trágame... Me estaba pidiendo desde que llegó dos Heineken, pero como decía “dos jeliken”, pues yo entendía “qué fotogénica”... Por eso tanta insistencia y la mala cara de la mujer, cabreada por mi pasividad ante su petición... Socorro...


...Tuve que acercarme, explicarles lo que me había ocurrido, disculparme ciegamente por mi sordera y, por supuesto, invitarles a las birras...

18. AZÚCAR Y COLACAO


Si me paro a pensar, las historietas de comer a escondidas (no de comida “escondida”) me vienen desde muy temprana edad, pues con 4 o 5 años, recuerdo ir a la cocina a hurtadillas, abrir la alacena (así llamaba mi madre al armarito empotrado ese) y buscar el bote de ColaCao. Encaramada a una silla sin hacer ruido, cogía una cucharilla, la llenaba con colmo, y me la metía en la boca. Entonces, un golpe de tos- porque no se por qué siempre que se toma ColaCao con cuchara, se tose- y el polvo “desparramao” por la estantería... Con la manga lo limpiaba con mucho cuidadito, y me iba con los hocicos llenos al cuarto de baño para mirarme en el espejo los dientes marrones de cacao. Y no salía de allí hasta que mi boca quedaba limpia a base de lametones.
Me apasionaba el ColaCao, supongo que como a todos los niños. A veces, me llenaba los bolsillos del babi de la guardería, uno con azúcar y otro con ColaCao, para luego meter a escondidas los dedos en clase y chuparlos sin parar. También cogía las cápsulas del mueble de las medicinas, las vaciaba y las llenaba de lo mismo. Me encantaba sentirme enferma e imaginar que el médico me las mandaba. Recuerdo al masticarlas un ligero sabor amargo de restos de medicamento mezclado con el divino Colacao... Algo me dice que esto del ColaCao en cápsulas no es bueno que lo cuente. En realidad me lo ha aconsejado “alguien”... Es de enfermos... Pero bueno está... Muchos de mis amigos, en conversaciones privadas, me han confesado también que chupaban cajas enteras de Aspirinas infantiles y no por eso están internos en un psiquiátrico...

20. EL PAVO FELIPE






Lo más entrañable que recuerdo de mi etapa escolar eran las vacaciones; verano, semana santa, Navidad... A medida que crecemos y nos independizamos, empezamos a enterarnos de lo complicado que a veces resulta organizar las reuniones de parientes, por ejemplo, de Navidad: que si tú “traes los aperitivos y yo el Champán”, “la tita preparará la ensaladilla y tu hermana la carne”, que quién va a ir “a recoger a la abuela”... Pero con diez o doce años, mi única misión en esas cenas familiares era la de montarme en un coche y dejarme llevar...

La mayoría de los vegetarianos no lo somos del todo. En ocasiones, por no dar explicaciones o por educación, comemos carne. Aunque no pasamos el límite del pollo o el pavo. No me como unos caracoles ni unas manitas de cerdo ni de coña, pero si estoy invitada a una cena que tiene algo de pollo, como y callo, evitando así el típico debate sobre lo necesario de la proteína animal en mi vida, o que muchos tejidos de mis prendas de vestir están hechos de los animales que presumo no engullir... En fin, esas cosas que defienden hasta la muerte los carnívoros. Lo ya se sabe es que, en mi caso, dejé de comer ciertos animales únicamente por traumas personales. Ya en el instituto, por ejemplo, me encontré en plena calle un cordero adulto (cerca de la facultad de veterinaria, se habría escapado) y descubrí que su olor era semejante al de casa de mi tía en nochebuena. Deduje entonces que lo que yo suponía aroma a salsa del asado de ese animal, no era sino el olor propio del cordero vivo. Me dio tanta impresión aquel “momento” que decidí no comerlo nunca más, que todo sea dicho, tampoco es que me hiciera mucha gracia... Y es que además del asado, esa rama de mi familia acostumbraba a jalarse las cabezas del cordero...

Aunque estaban partidas en dos mitades simétricas, se podía reconocer en ellas la carita del animalito que fue un día, con sus dientecitos, su lengüita, sus sesitos, y ese ojito que salpicaba al pincharlo y que -comentaban entre ellos- tenía un toque picante... Y esta grima que me empezó a dar el cordero, vino acompañada de sensaciones extrañas con cualquier clase de carne “mayor” (vaca, ciervo, cerdo con orejas...). Las chuletas, colocadas en la plancha al fuego, se me tornaban personajes tomando el sol boca abajo, apoyando sus manos en la sartén caliente para girar la cabeza y mirarme con cara desencajada, pareciendo decir:
-¡Uf! Hace calorcillo, ¿no?-. Así que abandoné por completo la posibilidad de volver a comer filetes, permitiendo sólo ocupar mi nevera a las carnes “menores” -como los semivegetarianos- tipo pavo y pollo. Y en mi caso, únicamente al pollo porque a partir de mi experiencia con Felipe, el pavo ocupó también su lugar en la vitrina de lo que no se toca (todo gradualmente, hasta hoy, donde la carne no tiene espacio en mi lista del supermercado).

Era Navidad, y la pasábamos en casa de mi abuela de Córdoba. Sólo a mi madre se le pudo ocurrir comprar un pavo vivo un 18 de Diciembre: ¡seis días antes de la cena de Nochebuena! Entre murmullos y gritos de sorpresa de la familia al verlo, escuché que había costado muy caro y que una vez relleno pesaría unos 20 kilos. ¡Mamma mía, 20 kilos...!

Cuando la vivienda volvió a la normalidad después de la emoción, salimos al patio para verlo una vez más y de cerca. Era impresionante, gigante... Y qué raro era eso que le colgaba de la nariz (bueno del pico)... Entre unos y otros barajamos qué nombre ponerle y, la verdad es que tenía cara de Felipe. En ningún momento se nos avisó de no encariñarnos con el pavo, ni caí en que él estaba en mi casa para ser devorado en una cena. Pobre...

Era Diciembre, así que colocamos a Felipe su chaquetilla de chándal, con gorro incluido que, con su culo muy gordo y su cuello largo, rellenó perfectamente. Al cuarto día de estancia en casa era uno más de la familia. Al grupo de fans del pavo se unió una tía, de la que mi madre se reía porque contó que le puso por la noche una manta, y Felipe -con cara de alivio- le dijo algo así como:
-¡aaaaayyyy....!- del gustito del calorcito. Estábamos encantados todos. Se lo enseñábamos a las vecinitas, jugábamos con él, le dábamos comida, nos seguía moviendo su cuello como un camello....

...Y amaneció el día 24. Mi abuela, madrugadora, cogió un cuchillo de esos de película de terror y pidió voluntarios para “matar al bicho”. Los niños lloramos, mi tía desapareció, y mi madre... esa que trajo el pavo y que se reía de que durmiera con manta... ¡huyó de la casa también sin hacer el menor ruido!
Recuerdo perfectamente los chillidos del animalito, pero más los de mi abuela que se las vio negra para conseguir degollarlo. Gritaba y gritaba porque no podía agarrarlo, se le escapaba, le picaba... Felipe murió, no sin antes destrozar sus piernas. Fue una dura batalla, pero al menos se defendió.

...Y ahora, si me disculpáis, pediré cinco minutos de silencio. [...]

Durante el resto del día, y con las pantorrillas sangrando, la que sumió en las tinieblas a Felipe se dedicó a rellenarlo. Ninguno de la familia entró a ayudarla. El silencio de la cocina solo se interrumpía por sus propios murmullos, donde criticaba a quien no la ayudó, juraba no volver a matar un pavo de nadie, hablando cosas muy pero que muy feas....

...La noche llegó y con ella la cena... que más que cena de Navidad se convirtió en el velatorio de Felipe. Nadie (y cuando digo “nadie” me refiero a “nadie”) comió. Todos sentados en torno al pavo relleno de qué sabe nadie... Cabizbajos, y con los ojos llorosos... Mi abuela hizo el intento de trincharlo en un par de ocasiones, pero como ni siquiera tenía el apoyo de mi madre después del asesinato, desistió. Masculló entre dientes alguna maldición, comió otra cosa de la mesa y calló... Con Felipe inerte frente a nosotros, el hambre se esfumó y, a su lado, el alma de un inocente.

Al día siguiente, para comer había sopa, que nadie comió por si tenía Felipe. Al otro pusieron albóndigas, que tampoco tuvimos el gusto de probar por el mismo motivo. Así estuvimos con nuestro trastorno algún tiempo más. Por lo que Felipe fue a la basura. Nunca más se compró un pavo en casa, y nunca más lo comí yo... o al menos eso pensaba... Y es que hace unos días, recordando a mi madre la anécdota de aquella Navidad, entre risas me confesó que “de eso nada”. “Que a ver si yo me iba a pensar que con el hambre que había en el mundo ella se iba a permitir el lujo de tirar 20 kilos de pavo a la basura”. Así que según parece fue echando poco a poco trocitos de Felipe en los macarrones, croquetas, empanadillas, hamburguesas, estofado...y en el resto de las comidas de aquella nefasta Navidad. Llevo unos días petrificada por este motivo...

Me ha dolido más que el engaño de los Reyes Magos... Lo juro.

28. HIMNOS...


Algún día la tendré que confesar por lo traumatizante que fue... Tendría 11 años y disfrutaba de unos campamentos de verano militares. Eso son maniobras de 15 días de soldados, a las que añaden 20 o 30 hijos de militar. Se hacen a veces las mismas cosas que hacen los soldados: marchas, gimnasia, formaciones, jura de bandera... Pero no deja de ser un campamento...


En fín, supongo que suena raro -y que nadie me pregunte-pero mi padre me apuntó ese verano...


El último día, hay visita de los padres. Se enseñan las actividades aprendidas, entre ellas : cantar el himno del regimiento en cuestión. El mío era EL REGIMIENTO DE AUTOMÓVILES DE CASASVIEJAS. Y allí estábamos todos los niños, formados como una coral, entonando la cancioncita....


SOOOOLDAAAADO DEL REGIMIENTO DE AUTOS SOOOOY


Y ALEEEGRE VOOOOYYYY


MI LEEEEMA ES SERVIR A ESPAÑA Y A SU HONOOOR


CON FE Y AMOOOORRR


ME GUSTA EN EL SUEEEELO MIRAAAAAR


CON FUEEEERZA EN EL SUEEEELOOO PISAAAAR...


..en ese momento, en ese dichoso momento "con fuerza en el suelo pisar" de los cojones... un niño rubio de pelo cortado a cazo que estaba colocado justo delante mío se tiró un peo. Pero no un peillo, leve ni suave... Sonó como una moto haciéndose el silencio unos instantes...


El hijoputa, me cago en su padre (y espero que lo lea), no tuvo otra feliz idea que darse la vuelta rápidamente y, con dedo acusica gritar al primero que se topó:


-HAS SIDO TÚ!!!- ... no es necesario explicar quién había en la dirección de ese dedo delator... YO... Sí, yo..


Si ahora soy vergonzosa, imaginad cómo era con 11 años... Me puse colorada como un tomate y quedé petrificada y muda mientras TODOS los niños, TODOS me miraban tapándose la nariz... Evidentemente YO no había sido ni de coña, pero mi comportamiento hizo dudar incluso a mis mejores amigas. Comenzaron todos a alejarse, entre risitas y frases de : "QUÉ PEEESTEEE" mientras yo me iba convirtiendo en algo chiquitito chiquitito, colorado y... en fín... me iba convirtiendo en NADA. El cabo que dirigia la cantinela puso orden y, a voces, obligó a los niños a volver a formar filas y terminar el himno...




Es una tontería pero a veces me viene el recuerdo y muero de rabia... (no vale reírse... )

12. EL SENTIDO DEL RIDÍCULO





Capítulo 2: (Fragmento del libro)
El sentido del ridículo es algo que se adquiere con la edad.

Cuando eres más pequeño, tienes mucha menos información de lo que está bien y lo que está mal -para los demás-, por tanto, suelen darte igual cosas que de mayor evitas. Perder esa inocencia es triste, pero más triste es la pérdida cuando además va acompañada de eso, de un cada vez mayor sentido del ridículo...
Debía tener 8 años y ya gastaba moda propia. Como mi madre trabajaba, no siempre podía inspeccionar la ropa que me ponía para ir al cole que, todo sea dicho, no era muy distinta a mucha de la que uso ahora. Mis vestidos de verano favoritos solía combinarlos con camisetas gordas de manga larga, que me colocaba debajo para no helarme. Sandalias con calcetines, camisetas de tirantes sobre jerséis de cuello vuelto... En fin, que no estaba nada concienciada de que la verdadera utilidad de la ropa de abrigo era ponérsela una cuando hacía frío y, la fresquita, para los meses calurosos.

Por eso, en cuanto tenía ocasión y nadie me vigilaba, salía echa un fantoche a la calle... Eso sí, muy digna y con la cabeza bien alta.


Entre mis modelos preferidos contaba con un vestido verde de japonesa (en realidad estoy ahora dudando si era para vestir o era un disfraz, por el tipo de tejido). Tenemos que sumarle a mi ansia de vestirme sin ser aconsejada, el que, entonces, me tocaba ser la pequeña de tres hermanas. Eso quiere decir que si nos hacían tres vestidos iguales, yo sólo “estrenaba” el primer año, y los restantes iba heredando y heredando lo que a mi me parecía el mismo vestido (pero usado), y que eran los de las dos hermanas restantes.
De ahí mis ganas de lucir ropa distinta y única...

Aclarado esto, continuemos con la descripción del vestido verde de japonesa: tenía el pecho cruzado, como los auténticos de Japón. Iba ceñido hasta donde terminaba el pecho y con estampados verdes y blancos, como los de las gueishas... (Bueno, tanto tanto... no. Parecidillo...). No era tan largo como los de ese país, pero las mangas se ensanchaban hasta la mitad del brazo, pareciéndome a mí las más japonesas del mundo (estoy pensando que por lo corto del vestido y de las mangas, pudiera ser que me quedase pequeño, pero como era flaquilla, me entraba divinamente).

Lo acababa de descubrir en un armario aquella mañana, y decidí esconderlo bajo el colchón esperando a tener uno de esos días en que elegía yo mi ropa y nadie me daba el visto bueno.


A la vuelta del cole, decidimos hacer un alto en una papelería que tenía una tía mía, que nos pillaba de camino a casa. Desde lejos, frente a la puerta, vi un bulto -como una gran bolsa- encima de un coche que había allí aparcado. No dije ni “mu” a mi hermano, que iba a mi lado, hasta que estuve muy cerca. No quería que se me adelantase. Entonces, di una carrerita rápida, agarré la bolsa como pude (porque estaba alta para mí) y compartí mi secreto con él, entusiasmada... Con muchos nervios la abrimos y dentro encontramos una grandísima caja de esas de las zapaterías caras. De calzado andaba regular, así que fuera lo que fuese, sería recibido con alegría.-Lo más importante -pensé- es que es “NUEVO”. Nuevo a estrenar. Nuevo de la tienda... Nuevo.- Me temblaba todo por la emoción, por lo que cedí a mi hermano el honor de abrir la caja. Y... ¡eran unas botas camperas!. Unas botas negras, relucientes, de tacón casi cubano, con adornos hechos a base de costuras de hilo gordo... Preciosas.

Por supuesto que miramos a un lado y a otro por si tenían dueño, mas con alivio por mi parte, comprobamos que estaban solas. Olvidadas. Unas botas altas, nuevas que, decidimos, serían para mí, por haberlas descubierto la primera...


A la mañana siguiente no había moros en la costa en casa. Los astros me acompañaban. Podría ponerme la ropa que quisiera, así que no dudé en sacar de su escondite el vestido verde de japonesa.

Como hacía frío, me puse un jersey de cuello vuelto (color granate oscuro) debajo. Entre la tela finita del vestido, las mangas por los codos, el verde manzana y las botas camperas, debía estar para una foto, pero a mí me pareció que me quedaba estupendo el modelito... Claro está, aún no tenía sentido del ridículo. Me miraba al espejo del armario de mi madre una y otra vez y, me sentía guapísima. A esas edades una se arregla sin pensar en nadie, sólo en una misma.

Me sentí una princesa del Japón. El corriente aspecto pobretón que portaba en esa época había desaparecido milagrosamente...Salí de casa en dirección al cole, y quise creer que el sol brillaba más que nunca. Por primera vez sentí las miradas de los demás. Mi nariz estaba congelada, puesto que no había cogido abrigo alguno para que se pudiera admirar mi super vestido verde de japonesa, pero no me importaba... Las cabezas se giraban sin parar a mi paso, por lo que deduje que la belleza de mi modelo no era indiferente a los vecinos del lugar....

Eso sí, me pareció que me costaba un poco doblar las rodillas al andar. Pero, claro, ¡es que no estaba acostumbrada a lucir unas botas camperas tan formidables!...


Me senté en clase en el primer pupitre, como siempre. De esa manera podrían también disfrutar de la visión del “conjuntito” todos los alumnos al entrar...Debía llevar ya una hora sentada cuando advertí que me dolían las rodillas cada vez más. Tenía también un escozor considerable un poco más arriba de las articulaciones de la pierna, por la zona de atrás mayormente. Como algo clavado. No le di importancia, ya me acostumbraría con el uso de tan singular calzado...

Cada vez se me hacía más complicado mantener las rodillas dobladas, pero, “cuando uno se sienta en un pupitre -pensé- esa es la manera correcta”. Aguanté la postura casi una hora y al final decidí estirar las piernas para aliviar mi dolor... Y entonces ocurrió el desastre...

Antes, hablando del sentido del ridículo, no mencioné una cosa muy importante: que si uno no siente vergüenza, parece que nadie nota nada. Pero basta que una empiece a cortarse por algo, para que una alarma se conecte alrededor, haciendo que el mundo entero note su problema.


Por ejemplo: estás con los amigos, estornudas, se te sale un moco, te limpias con naturalidad con un pañuelo y todo se queda ahí. En cambio si estás con los mismos colegas, te ocurre lo mismo y, te pones colorada con cara de corte, la carcajada estalla al momento y quieres morir...

Pues bien eso fue lo que me pasó. Cuando estiré las piernas, las puntas de las botas aparecieron casi en mis narices por delante del pupitre (eran de la talla 42, detalle super importante en el que no me había fijado) y, grité lo más suavemente que pude, del susto que me di. La alarma invisible se conectó inmediatamente. Mi compañero de atrás -que aún recuerdo su nombre, del trauma- me dio un toquecito en la espalda, susurrando:-¿que te has puesto, las botas de tu padre? je, je, je...-.



Al minuto comenzaron las risitas por diversos sectores de la clase, mientras yo, con la cara encendida, el cuello ancho y, los ojos muy abiertos, comprendía el porqué de mi dolor de piernas. Tenía 8 años y me había puesto unas camperas del 42, tan altas -ahora lo veía todo claro- que me sobrepasaban las rodillas. ¡Por eso no podía doblar las piernas! De ahí que me miraran todos al pasar... Las carcajadas siguieron y siguieron, mientras mi faz pasaba a ser un tomate murciano.


Además, como me quedaba al comedor, no cesaron hasta las cinco de la tarde en que salí del cole. Y continué escuchándolas por la calle, hasta llegar a mi hogar. Porque mientras no me había dado cuenta, era como si nadie percibiese nada. Pero en cuanto el sentido del ridículo afloró en mí, el planeta entero rió de mis botas del 42.

Recuerdo cada instante de ese día, mas no puedo acordarme qué fue de ellas, tan negras, tan brillantes, tan nuevas...

Ni que decir tiene que NUNCA he querido botas similares, ni tan siquiera camperas. En cambio, mi sentido del ridículo siguió creciendo conmigo...

29. MOMENTO "UÑA"


Dicen que, cuando en tu vida se repite la misma situación (o parecida) muchas veces, es porque el Universo te está haciendo señales para que te des cuenta de algo. Si te han despedido en todos los empleos, tus proyectos suelen arruinarse, tienes una imán para emparejarte con el mismo perfil de persona que no te trata bien, las peleas con tus amigos suelen tener como motivo el mismo defecto en tu carácter... es que está saltando la alarma.


En fin, que yo tengo entendido que a partir de la segunda o tercera vez que notas que reincide en tu vida una misma película, has de hacer un examen de conciencia para descubrir qué aspecto de ti debes cambiar para que no vuelvas a sentirte como el del “día de la marmota”...
De un tiempo atrás, intento aprender de lo que acabo de contar. He intentado quererme más, para rodearme de amigos que también lo hagan. Molesto lo imprescindible, y así me dejan más tranquila, Me respeto, para poder atraer gente que actúe igual. Creo en mis sueños, y noto que se van cumpliendo más rápidamente que antes...
Lo que voy a contar ahora trata una de esas situaciones de mi vida que se ha ido repitiendo, pero por más exámenes de conciencia que hago, no parece que consiga descifrar el mensaje que el universo trae para mí. No sé qué debo cambiar en mi vida para que no se suceda más... Estoy desesperada...


... Si una persona española es secuestrada en un avión -volviendo de la India- por terroristas talibanes (yo conozco a dos), la eventualidad de que vuelva a pasar es microscópica, pero... ¿Y SI UNA PERSONA -yo misma- SE ENCUENTRA UNA “UÑA” EN LA COMIDA? ¿QUÉ PROBABILIDAD TIENE DE QUE SE REPITA DICHA ANÉCDOTA? y lo que es peor, ¿CUÁL ES EL DICHOSO MENSAJE QUE EL UNIVERSO ME QUISO DAR AL INSISTIR -hasta 4 veces en pocos años- EN EL TEMA?

...Todo comenzó con unas veinte primaveras, la mañana en que fui a ver a mi madre para desayunar con ella... Olía a tostadas toda su casa. Me ofreció rauda una, al entrar al salón. Sacó una lata de foie-gras sin abrir -de las pocas cosas animales que aún comía- para que acompañase el pan.
Levanté su tapa negra, y arranqué con el “abre-fácil” la posterior lámina metálica sin ninguna “facilidad” (que no sé por qué llaman así a ese tipo de apertura de latas, si cuesta un huevo quitarlo). Estrené el paté untando un gran pegote en mi tostada. Mmmmmmmmm.... El primer bocado me supo a gloria... Noté en mi boca entonces -entre la bola masticada- algo pequeño y durito. Cuando te ocurre esto al comer, o bien te lo tragas sin darle importancia, o lo extraes de la boca para comprobar su origen, ¿no?. Pues bien, mi curiosidad me pudo. Aunque pensé que sería algo duro del pan, al ver que no había manera de seccionarlo con los dientes, lo saqué con disimulo y... no podía ser real. ¡Era una uña!!! Veloz, estiré las manos, para comprobar que no era mía... ¡qué asco! ¡yo las tenía todas perfectas!. ¡Le corten la cabeza al guarro que se arrancó semejante porquería trabajando en la fábrica de foie-gras!!! Además, era de esas uñas cuadradas, de reprimido -por el tamaño era de hombre- que no se las corta, y que cuando ya se parecen a las de Carmen de Mairena, le las arranca con la mano... Ni que decir tiene que no me tragué la bola de mi boca, y que troté los 100 metros lisos, dirección a la basura, con la tostada, la uña y la lata de paté... Vomito al recordarlo...

...Dos años más tarde, en una tasca famosa por su “salmorejo Cordobés”, mi acompañante pidió, entre otras, esa tapa para comer... Yo no tenía hambre (o me daba vergüenza, no recuerdo...) y, tras varias negaciones por mi parte -ante su insistencia en que lo probara- decidí catar tan suculento manjar de mi tierra... cuando esa cosa “durita y pequeña” hizo su aparición entre mi lengua y el paladar...
-No puede ser nada malo -pensé- pero voy a ver qué coño es esto...-.
La uña que descubrí era, en esta ocasión, perteneciente a una persona de las que se las roen hasta la saciedad. Yo, que en mi infancia me dedicaba a ello, recuerdo el instante de querer arrancar de mis dedos “una tirilla más”. Lo que te arrancabas era un hilillo de menos de 1 mm y, desigual, por los muchos cortes que tenías que hacer con los dientes para conseguirlo. Vale, yo lo hacía, y muy feo está, pero ...¡no trabajaba en un bar de tapas y, mucho menos, lo escupía sin mirar en la fuente de salmorejo!!!.
Los 100 metros lisos los hice ahora para ver qué camarero o camarera tenía sus dedos como muñones. Averigüé que dos personas de la plantilla se mordían las uñas, y deseé que al menos fuese -la saboreada por mi- de la chica, porque el otro daba su poquito de asco... ¡Le rebanen los sesos al puerco que lo hizo!!!.

La tercera ocasión fue en Ibiza. Una noche de esas que entrábamos una hora más tarde a trabajar, invitamos a unos cuantos compañeros a cenar en casa. Preparé una gran sopa de verduras con cus-cus integral, pues comíamos durante el verano fatal y no venía nada mal algo caliente en nuestros estómagos. Vacié la bolsa de bolitas de pasta en la olla, y me pareció ver algo así como un “palito” caer. Supuse que eran varios granos de cus-cus pegados y no le di más importancia. Serví una infinidad de tazones de caldo para mis invitados, dejando para el final el mío. Tuve de nuevo la impresión de que aquel “palito” flotaba en el cazo, pero lo perdí de vista al verter el líquido en mi recipiente. Y... ¡toma ya!. ¡En mi boca descubrí el “pizco”, que, para variar, era otra uña!!!. Quizás me fijo mucho en las cosas, no sé, pero no daba crédito a volver a vivir esa experiencia en mi boca. Bien es sabido que soy experta en encontrar cosas como: una espina -en un restaurante- comiendo carne, un hueso de aceituna degustando un pescado, e incluso una vez que me atreví a probar un pedazo de un plato de “careta de cerdo” me tocó el párpado de arriba -pestañas incluidas-, pero esto ya clamaba al cielo... ¿Qué pasa, que no hay nadie más en el mundo?. En toda mi vida nunca había escuchado a alguien que me contase que le hubiera sucedido algo así, y yo iba ya por la tercera pezuña humana...
La noche en que, comiendo un puré de espárragos de sobre, volví a toparme con otra repugnante uña, hice un largo y detallado examen de conciencia. El universo no podía estar dándome pistas así de algo erróneo en mi vida, porque... (miré al cielo):
-¿qué puedo cambiar de mi persona para evitar comerme las uñas de nadie?. ¿Qué puede querer indicarme mi ángel de la guarda con semejante cerdada? ¿que me las corte? -las llevo perfectamente rasuradas- ¿que me las limpie? -las conservo impecables y esmaltadas siempre-...
El universo me estaba dando una recado que yo debía proclamar al mundo entero. Me sentí como al que se aparece la virgen María con un aviso de paz y, se hace pastor, para que los hombres conozcan su misiva de que hemos de ser bondadosos...
...Y por eso hoy, estoy escribiendo éste capítulo. Aprovecho mi libro para difundir entre los humanos este mensaje que he recibido de las alturas... Portadora soy de un don, sin desearlo siquiera, tocándome ser enlace entre lo divino y lo terrenal... Ahí va, para que lo llevéis presente:
-”O YO TENGO MUY MALA SUERTE, O SOY QUIZÁS MUY OBSERVADORA... U OS ESTÁIS HARTANDO DE COMER UÑAS TODOS VOSOTROS Y NO OS ENTERÁIS...”.

(extraído de historias de mi adolescencia)

21. Nos disfrazamos?


Mi hermana la mayor se cayó mientras practicábamos judo en el gimnasio de un primo. Yo podría tener 16 años y ella tres más que yo. Balance final: rotura de menisco y ligamentos cruzados, cágate. Eso significaba una escayola hasta casi la ingle, y muchísimos meses de reposo...
Por otro lado, falté al instituto y mi madre me pilló. Resultado: castigada sin salir y, de paso...
-...Harás compañía a la pobre de tu hermana que está siempre en casa sola.- manifestó al enterarse.
Viernes por la tarde. El ambiente aburría a las moscas... Para colmo de nuestros males, se había terminado el tabaco...
Aburridas, comenzamos a recordar la vez que nos disfrazamos de “madres”, con la ropa de nuestra progenitora. Aquellos vestidos floreados y sandalias de tacón chillonas... Nos maquillamos tan feas que los camioneros nos confundían con “travestis”, ya que lo hicimos una mañana cualquiera, en fecha bien lejana al carnaval...
Nos carcomía el “mono” de un cigarrillo, no obstante, estaba sancionada, no pudiendo salir “ni a comprar”. Además, si bajábamos, alguien podía vernos y chivarse...
Planteamos pues la posibilidad de salir disfrazadas a la tiendecilla de “chuches” que estaba a 20 metros de nuestro tedioso hogar... La única manera de camuflar una pierna escayolada -zanjamos- debía ser enmascaradas con un modelo... de ancianita. Misión complicada, ya que éramos jóvenes y punkies, y eran las 4 de la tarde de un día corriente. Nadie nos debía reconocer, era cuestión de vida o muerte, si no quería que mi castigo se multiplicase...
Manos a la obra: me coloqué una falda negra (sería de mi abuela por lo menos), camisa antigua, toquilla de lana, tacones y medias tenebrosas... Mi hermana iba con un pantalón oscuro de pinzas, que aún no sé de dónde coño salió. Por arriba, igual que yo y, sumado, un abrigo azul marino que disimulaba su cuerpo serrano. Nos pusimos sendos pañuelos en la cabeza, rollo doña Rogelia y, ahora viene lo mejor: fabricamos una masa con harina, polvos color carne y maquillaje. Se moldeaba bastante bien. Con nuestra gran creatividad -heredada de los años en que en Reyes nos regalaban un bloque de arcilla para que nos modeláramos el regalo deseado- hicimos de nuestras faces unas perfectas caras de viejas. Narices horripilantes de “troll”, verrugas, cejas anchas, surcos y arrugas... Como ambas dibujamos más o menos bien, finalizamos el trabajo a golpe de brocha y lápiz de ojos. ¡Qué risa, por Dios!. ¡Vaya monstruos!.
Nos costó trabajito atrevernos a bajar. Finalmente, nos agarramos como las “agüelillas” y comenzamos a caminar a pasos cortitos en dirección al establecimiento donde vendían tabaco. Se nos hacía super complicado el andar, por las muletas de mi hermana. Agachábamos la cabeza mogollón, pues no deseábamos que nadie viese nuestras caras. Pero es que el ataque de risa era para morirse... Y lo más fuerte: ni una sola persona se dio cuenta de que éramos señoras mayores falsas. ¡Increíble!. Motivo por el que nos descojonábamos aún más... incluso un coche paró para que cruzásemos un paso de cebra. Parecíamos vetustas del “todo a 100”, y ni un viandante se percataba del engaño. Y más nos reíamos nosotras aún...
Llegamos a la puerta de la tienda en cuestión y descubrimos que -con los nervios- no habíamos camuflado nuestras manos de niñata con las uñas rositas. Se iba a dar cuenta el tío del tabaco en cuanto las mirara. Y aparte, tanta carcajada nos impedía entrar. Decretamos pedir el favor a cualquiera que pasase a nuestro lado. Diríamos que era un recado para un nieto, o algo así...
...¡Y en qué hora tomamos esa decisión, y con qué mal ojo!. Dos “choris” se acercaron y a ellos nos dirigimos. Aún no habíamos abierto la boca, cuando uno le arrancó a mi hermana el pañuelo de doña Rogelia dejando entrever un pelo de punky con el flequillo lleno de talco.
-¡Vosotras no sois viejas!, Ja, ja, ja...- gritó el idiota.
Si hubiese sido un avestruz, mi cabeza estaría aún bajo el asfalto... Con la cara pegada al pecho, porque sin el trapo en la cabeza la pinta era aún más espantosa, la de las muletas le rogó que le devolviese el “moquero” del pelo. El otro, de esos quinquis impertinentes y sin educación que siempre perdurarán, comenzó a pasarle el pañuelo al colega, mareándola. La estampa era ridícula, en serio. Esas caras tan cutres que llevábamos no les imponían ningún respeto, comprensible por otra parte. Por fin les arrancó de las manos el trapo, que le coloqué como buenamente pude... Deseábamos ser invisibles cuando el tío comenzó a dar patadas a la escayola de la enferma, gritando:
-¡Esto también es de mentira!. ¡Esto te lo has colocado tú!- y golpeaba el yeso sin parar...
Acojonadas vociferamos que la dejasen en paz, que “eso era lo único real de nuestro atuendo”, consiguiendo que se aburrieran y se alejaran.
¡Qué mal rato, en serio...! Temblorosas, acordamos volver a casa sin los cigarrillos, con bastantes menos risas y... peores pelos.
Pasitos cortos de nuevo, cabezas mirando al suelo, bocas cerradas y... socorro: reunión de vecinos en nuestro portal. Cualquiera entraba con esas pintas. Podían apalearnos. Si te fijabas con detenimiento en las caras que nos habíamos construido, nos asemejábamos al “coco”. Por eso y, con muchísima paciencia, nos situamos en la acera de enfrente de la reunión. A todo esto, hacía un calor de mil demonios y el sol nos daba directamente en “toa la jeta”. Entre el abrigo, la toquilla, la plasta pegada a la cara... Un suplicio.
Media hora dándonos de lleno el astro rey y, los vecinos, charla que te charla...
Mi hermana rompió el silencio que llevábamos manteniendo desde que llegamos. Para variar, escogió para ello una sonora carcajada:
-¡Tía, se te ha derretido la masa de la nariz!!! Jua, jua, jua...- chillaba revolcándose.
Me asomé al escaparate de al lado y... socorro. ¡Me había convertido en el “pavo Felipe” de mi infancia!!!. Aquella protuberancia perfectamente modelada por mi mano artesana se había derretido por el sol, convirtiéndose en un largo moco colgandero... Y, “mocos”, los que se me salieron ”pa” afuera de la risa que me entró... ¡No puedo conmigo! -me dije espantada...
-¿Qué porras hago ahora, tía?- inquirí, pegando mi cara a la pared para que no me divisara nadie.
Ella reía y reía, vociferando:
-¡No hagas nada, que es peor! Ja, ja, ja...- y se apretaba la barriga con su también cara de monstruo. La escena era del tren de la bruja. La una, enchaquetada, con el pañuelo torcido, descojonada y llena de lágrimas color maquillaje. La otra, era un pavo real con chal... Vamos, un cuadro...
Cuando el eterno consejo de vecinos finalizó, me apresuré a subir las escaleras sin esperar a la hija de Mari Carmen y sus muñecos. El espejo se llenó de vaho por mi aliento al divisar mi colgajo... Tardamos rato en dejar de reír y horas en lavarnos y despegarnos aquel cemento armado. Mi madre, nunca se enteró.
...Y encima, ni un mísero pitillo para aliviar tensiones...

34. NOS TOMAMOS UN TEQUILA, TÍA???


Los veranos los pasábamos en un pequeño pueblecito de Alicante llamado “La Torre de la Horadada”... En mi más tierna infancia, aquello se me antojaba el paraíso. Había poco que ver ciertamente en dicho lugar. Bien temprano nos bañábamos en “la Playa del Conde”... A media mañana, todos a “Evaristo” a tomar cocacola y patatas fritas con su chorrito de limón... A la hora de comer, si no había guiso en la olla, a “Maricande” a comprar pollos asados... Por la tarde, a la playa del hotel a ver el fútbol (“Juver” contra el “Tipo Pilsen” era el partido más esperado)... Por la noche podías elegir entre “la Heladería”, el “Willy” o “La Paja”...(algo ordinario el nombre del bar, pensaréis)... ¡Qué tiempos...!!!.
Eso, nada más y nada menos, era La Torre de la Horadada. Los que tuvimos la suerte de veranear allí en esos años, quedamos colgados de su encanto... Ni carreteras asfaltadas, ni alcantarillado (únicamente agua del pozo), y sólo una carnicería que cerraba en invierno. Hoy, no es ni la sombra de lo que fue, contando hasta con paseo marítimo, un horror...
Mis abuelos paternos compraron un chalecito hace más de 40 años, cuando allí no habitaban más de 10 o 20 familias. Mis tíos pillaron la casa contigua con el tiempo, y todas las vacaciones de sol nos reuníamos la familia en pleno, apelotonados entre las dos estancias, llegando a juntarnos para comer mas de 35 personas.
En el patio interior de una de ellas, se encontraba el famoso “cuarto de las literas”. Se compraron estas camas a la vez que la casa, y, aunque algo incómodos los colchones para dormir -aún hoy existen-, era el dormitorio que siempre nos pedíamos las niñas. Al estar independiente, nos servía de escondrijo para charlar de nuestras “cosas de mujeres”... Apartada de la vivienda, con carcoma en los armarios, hacía sentirnos fuera de las normas del resto de la familia. Esos deseos de “ser mayor” siempre se cocinaban en la habitación de las literas...Mi prima “la morena” y yo, dormíamos en las camas de arriba siempre, para así cotillear en voz baja durante la noche...
Tendría nueve años ya, cuando en la playa escuché una conversación a un grupo de “mayores”. Hablaban de una borrachera muy gorda que se habían agarrado la noche anterior... Uno -con acento murciano- contaba al resto del grupo:
-Anoche nos “chispamos” tomando tequila... ¡ ¡No veía ni un “pijo” por todo lo que bebí!. ¡Acabé echando “las papas”!. Primero te metes la sal, luego el limón y... ¡se te calienta la garganta tanto que ya puedes tragarte lo que quieras!. Te lo bebes al principio de la noche y...¡ala, a hincharte...!- su pandilla escuchaba las indicaciones y yo, con disimulo, tomaba buena nota de ellas...
Aquella jornada, al oscurecer, me reuní con mi prima la morena para compartir lo que había aprendido...
-Ya me he enterado de qué hay que hacer para emborracharse, tía...- me encantaba dirigirme a ella como “tía”, que me hacía sentir super mayor y super moderna...
-¿y quién te lo ha contado, tía?-
-Yo sola, tía. He escuchado a unos en la playa, tía.- respondí dándole un tono intrigante al asunto...
-Cuenta, tía...- murmuraba en voz bajita la morena, que tenía un año más que yo nada más...
-Pues resulta que tomas sal, zumo de limón, y la garganta se calienta mogollón, tía...- exageré...
-¿Sí, tía? ¿Y así te emborrachas, tía?- con los ojos muy interesados me interrogaba...
- No, tía... falta una cosa...- e hice una pausa para dar más emoción a la información- ...cuando tienes la garganta caliente... ya te puedes tragar “lo que quieras”, tía y... ¡luego echas “las papas”!!!- contesté sin saber muy bien a qué me estaba refiriendo.
La mejor manera de comprender de lo que estábamos hablando, era ponerlo en práctica, por lo que decidimos que una de las dos iría a la cocina a por los “ingredientes” de la borrachera, mientras la otra vigilaba que no hubiese algún “padre” al acecho (en aquella casa se distinguían dos tipos de persona: “padres” e “hijos”. Los “padres lo eran de todos los niños y, los “hijos”, lo eran de cualquier “mayor”).
Me tocó hacer guardia y, en pocos minutos, la morena entró en las literas con el cargamento bajo la camiseta: medio vaso de sal, un “puñao” de limones, un cuchillo, cuatro magdalenas, un trozo de queso, un abrelatas y una lata grande de melocotones en almíbar.
Organizamos turnos para dormir, de media en media hora -como en tantas ocasiones- y esperamos a que “los padres” se durmieran para “emborracharnos” de tequila.
Sobra comentar que nuestra familia era apenas consumidora de alcohol, y no teníamos ni idea de que el tequila era una bebida. Pensábamos que quizás era “una manera” de agarrar una buena cogorza, y ya está.
Las luces de la casa al fin se apagaron y, sacamos del armario el botín robado de la cocina. Comenzaba la fechoría... Cerramos el pestillo y vaciamos el vaso en la tabla de planchar. Dividimos en dos partes el condimento, tocando a dos puñados por barba. Exprimimos los limones a mano en el vaso hasta rebosarlo. Abrimos la lata de fruta en conserva y quitamos el papel a las magdalenas. Partimos el queso en dos anchas rebanadas...
Operación Tequila inaugurada: con los carrillos repletos de sal, añadimos a la boca el medio vaso de zumo de limón que nos correspondía y tragamos, prestando gran atención a las sensaciones...
Lagrimones como castañas brotaron de nuestros inocentes ojos y un fuego abrasador hizo latir nuestros gaznates... “Todo marchaba correctamente” pues, el muchacho de la playa, había explicado que “la garganta se te calentaba”... Y ¡vaya si se calentaba...! ¡ardía a más no poder!. Nos miramos entonces, prosiguiendo con el próximo paso: “tragar todo lo que quieras”...
...El chico de marras no había especificado lo que debíamos “tragar” (por supuesto que serían cubatas, ahora pienso) por lo que nosotras -desde nuestra ignorancia infantil- llegamos a la conclusión de que “tragar” era, con seguridad, “comer”. En menos de un minuto añadimos al cuerpo el par de magdalenas oportuno, unas 4 mitades de melocotón en almíbar por cabeza -caldo incluido- y la loncha gorda de queso (tan inmensamente gruesa que lo aborrecí durante años, por cierto).
-¿Tú estás mareada ya, tía?- me decía mi prima la morena con los ojos como “chupes” y las manos apretando su estómago.
-Super mareada, tía... ¡Vaya borrachera, tía, no veo un “pijo”!- respondí simulando, con la expresión, al chaval del tequila...
Puedo jurar que veía doble y, puesto que ahora sí conozco -con mi madurez- los reales efectos de las copas de más, he de decir que son bastante similares a los de aquel mejunje consumido por las dos tontas de turno...
Dolores fuertes de estómago, sonidos extraños, visiones, pérdida de la realidad, risa floja por el malestar... nos faltaron los “cantos populares” para colocar el broche a aquella noche de “tequila”... ¡Qué mal rato, madre mía! El verdadero punto y final de la borrachera se culminó en la taza del W.C... Porque echamos las famosas “papas” -empezaba ahora a comprender aquella “expresión” escuchada desde la arena-, la “paella del medio día”, los “melocotones en almíbar”, las “magdalenas”, el “queso gordo” y... hasta “la madre que nos parió” por la boca...

35. NO TE FÍES SI NO ES NUEVO...



Este capítulo es un aviso para todos los consumidores del planeta. Si abriendo con tus propias manos una lata de paté nueva cabe la posibilidad de que te aparezca la uña “de otro”, calcula lo que se puede encontrar en un producto que esté abierto ya de antes... Ante la duda, no te fíes si no es nuevo...

Acababa de mudarme a un piso precioso y era el momento de hacer limpieza general para poder colocar mis cositas... El cuarto de baño parecía limpio, pero preferí darle un repasito con lejía por si las moscas... Aunque mis manos no son precisamente las de una princesa -mas bien de hortelana- son bastante sensibles a los productos químicos. Y mira qué mala pata, haber decidido vivir en un quinto sin ascensor en el momento en que descubrí que no había comprado una protección de goma para la faena.

Revisé una y otra vez las bolsas de la mudanza, pero nada de guantes a la vista. El caso es que recordaba haber visto tras el lavabo una bolsa con unos. Me dirigí al lugar y... allí estaban. Talla mediana/grande y rositas...Perfecto.
A primera vista parecían impolutos, pero el cierre de la bolsa estaba “algo” manipulado... Como si alguien la hubiera abierto, arrepintiéndose después, pues no tenían mancha ni arruga alguna... Definitivamente decidí que estaban sin estrenar.
Me los coloqué con la alegría de quien no tiene que bajar 5 pisos para comprarlos, y lejía en mano, me dispuse a dejar el excusado “como los chorros del oro”, que dice mi abuela... Un chorrito por allí, otro por allá... ¡y venga a frotar!. Poseída por el espíritu de Don Limpio, repasé también cada una de las baldosas que componían el alicatado de mi blanco cuarto de baño... ¡Que vaya si relucían al pasar el trapo!.

El que acostumbre a usar guantes de goma sabrá que, tras un rato puestos, las manos se humedecen por la falta de transpiración y, los dedos, se te arrugan como garbanzos. Comencé a notar esa incomodez en mis extremidades, por lo que decidí despojarme de mis rosadas manoplas.
Proseguí mis quehaceres, no sin antes notar en mi dedo anular una mona “tirita”, no recordando, la verdad, haberme cortado en el transcurso del día. Pero como de memoria inmediata ando regular, no presté demasiada atención a mi hallazgo, comenzando ahora a barrer todo el piso.
...De vez en cuando, mis ojos se tornaban en dirección al “dedo de la tirita”, invirtiendo breves segundos en recordar el momento de la herida con la posterior cura, pero mi cabeza regresaba al presente inmediatamente sin acordarse ,y yo, a mis labores de chacha...

¡Qué bonita estaba quedando mi casa nueva, y qué limpieza reinaba en el ambiente! Porque no usé un fregasuelos con desodorante, de los que camuflan el mal olor... ¡mis suelos desprendían aroma a higiene y lejía!.
Cuando mi mirada se estancaba nuevamente en la tirita del dedo, cada vez me quedaba más rato pensativa intentando reconstruir la escena del accidente y, nada, que no recordaba que me hubiese sucedido algo... Hasta que no pude más, preocupada por padecer una breve amnesia, temprana a mi edad. Me senté en el suelo -reluciente como sabréis- y, observando detenidamente mi mano y el plástico marrón que protegía la supuesta herida, invertí varios minutos en rememorar la presumible fatalidad que debía haber protagonizado horas atrás. Mi mente seguía en blanco. Repasé todos los movimientos acontecidos desde mi llegada a casa, cuando barrí, cuando fregué, cuando pasé la bayeta y... descubrí que en ningún momento me había cortado el dedo, ni me había curado, ni na de na...

-¿De dónde narices ha salido entonces esto?- me dije intrigada.
Despegué el plástico de mi dedo y no encontré herida alguna. Eso sí, adosada a la tirita había una especie de “costra” con su mercromina y todo. Costra que no era mía, sino de... ¡la anterior inquilina que se había puesto los guantes y que, con la falta de transpiración, la había dejado olvidada en ellos!!!. ¡Qué asco, por Dios!!!

Así que, “engrimada perdía”, me juré que la próxima vez -ante la duda- me guardaría de tocar algo que no hubiese abierto yo. Si ya lo digo en el título de esta historia: “No te fíes, si no es nuevo”...

38. LA CORTINAS


En el colegio me llamaban “La cortinas”. Era tan vergonzosa que dejaba que mi flequillo, ya crecidito, me cubriera la cara por completo...
Anteriormente a este mote, pasé la vida mirando al suelo (posteriormente también, creo) y, hasta que cumplí los 7 años, los recuerdos de las personas que me rodeaban se remontaban a simples voces. Porque era sólo por la voz por lo que reconocía a unos y otros, incapaz de mirarlos a la cara. Aunque existía un motivo de peso por el que a esa edad decidiera esconderme tras el pelo...

Acababa de llegar a Córdoba, después de haber pasado el primer par de meses de curso escolar en otra ciudad. Me apunté, por tanto, a un colegio donde los niños ya se conocían, por llevar juntos esos dos meses en que yo había estudiado fuera.
Llegué a clase muerta de vergüenza y me quedé petrificada en la puerta, que estaba abierta. El profesor al verme, frotó sus manos -gesto muy habitual en él, descubrí con los días- y se dispuso a presentarme:
-A ver niños, escuchad... Esta niña se ha incorporado tarde porque viene de otro colegio, y espero que la acojáis como es debido y la ayudéis. Su nombre es... - y dijo el mío que, por ahora, me voy a reservar...
Me senté en el lugar que me indicó, saqué mi libreta y mi lápiz y el educador comenzó a escribir en la pizarra. El ejercicio era lo que antes llamábamos “cálculo”, y que como su nombre indica, consiste en copiar sumas y restas y “calcularlas” en el cuaderno.

Yo estaba de los nervios y, aunque decían los mayores que “era muy inteligente”, tuve miedo de no hacerlas bien. Mientras el hombre copiaba cuentas y más cuentas, los alumnos más repelentes hacían gestos exagerados con las manos dando a entender que estaba todo “chupao” de fácil...
A todo esto, me estaba meando viva desde hacía muchísimo rato, detalle importante. Siempre aguantaba las ganas, por el corte de tener que ir al baño, pero esta vez notaba que no podía más. Hice el intento en varias ocasiones de levantar la mano para pedir ir al lavabo, mas mi vergüenza era infinita. Constantemente me pasaba lo mismo, vaya rollo... No lo podía evitar. Contaba hasta tres mentalmente para decidirme y... nada, incapaz... Así que, después de haber pasado al papel aquellas operaciones, sentí que me quedaba en blanco a la hora de resolverlas porque, en mi mente, solo había una palabra: “pipí”.

El profe se acercó a mi mesa al verme parada mientras el resto de los niños trabajaba y, como a una tontita (supuse, por la voz forzada), quiso ayudarme:
- Vamos a ver...ocho más cuatro....doce, ¿no?...a ver, a ver... ¿cuantos me llevo?... pues uno... ¿no?...bla, bla, bla...-. Yo le miraba con la cara descompuesta por el dolor de vejiga llena, sin articular palabra y, dejándole hacer. Él iba resolviendo mis tareas, con cara de simpático y, supongo, pensando que era un poco retrasada. ¡Retrasada... ya ves tú!. Sabía el resultado de las cuentas desde que las vi escritas en la pizarra, sin necesidad de tocar el lápiz. Pero era mejor que pensara que estaba “lilona”, y así, mis fuerzas las reservaría para mantener mi pipí dentro del cuerpo.
No podía resistir más, pero cuando estaba dispuesta a pedir permiso para ir al baño, se me adelantó un compañero para lo mismo. El profesor, como un energúmeno, le gritó:
- ¡Ya sabéis que os tengo dicho que aquí no va nadie al cuarto de baño si no trae un justificante de que tiene un problema! ¡el único que puede ir es ... (y dijo un nombre que debía ser de uno de la clase) porque su madre trajo una nota del médico! ¡Así que mientras el pipí no llegue al río Guadalquivir, te quedas en tu silla! ¿Estamos de acuerdo?- qué miedo...

El silencio inundó la clase... Me dio la impresión de que, anteriormente a mi llegada, los niños iban y venían del baño con mucho cachondeo, y el profesor se había hartado. Claro que, qué culpa tenía yo de eso... La mención del río Guadalquivir me resultó bastante familiar, puesto que eso era lo que iba a reventar en mi cuerpo: un río. Por lo cual, desistí. Apreté para dentro otro poquito, e intenté concluir las restas...
Los compañeros que habían terminado, se iban colocando al lado del profe, haciendo una larga cola, esperando ser corregidos. Yo... iba muriendo poco a poco en mi silla, sin querer mover las piernas, cruzadas y apretadísimas.
- ¡A la de tres, nena...!- me gritaba mi conciencia...- ...unoooo... doooos... yyyyyy...- Nada. Varios intentos fallidos... Pero me levanté. Eché coraje al momento y me coloqué triunfante frente al caballero que corregía “cálculos” sin quitar la vista de su mesa. Llevaba 2 o 3 minutos de pie sin que notara mi presencia, cuando mis zapatos comenzaron a bailotear sin que mi cerebro hubiese dado esa orden (de esos meneillos que uno hace instintivamente cuando se mea), pero no un movimiento suave... ¡mi bailoteo era toda una señora jota aragonesa!

El profesor, sumido en sus quehaceres, señalándome con el dedo pero sin levantar la mirada del papel, susurró sin saber ni a quién se dirigía:
-¿y a ti que te pasa con tanto movimiento? ¿Es que te haces pipí?- (en realidad dijo “te meas”, pero lo veo “muy feo de escribir”...).
Yo sabía que lo decía para hacer una gracia o algo así, pensando que encontraría frente a sí a un alumno muy nervioso, pero nada más lejos de la realidad...
Cuando don Profesor pronunció la palabra mágica, “pipí”, aquel río Guadalquivir antes mencionado comenzó a brotar por mi falda, dejando un gran charco bajo mis zapatos. Yo... me quedé mirando al suelo en silencio y noté como que el mundo se paraba... Un pitido fino se escuchó (supongo que únicamente en mis oidos), como cuando tienes una pesadilla. El silencio se extendió por el resto de la clase. Lentamente... Como una ola.... (Como uuuna oooolaaaa, tu amooor tariiiiro riiiiroooo...) (es inevitable, ¿verdad?). Yo seguía fosilizada, viendo como mi ropa goteaba... Así continuó la escena unos segundos...

De mi garganta y, en esa misma posición, salió un llanto muy extraño, tipo sirena, primero suave, luego más fuerte y, con la letra “e”, más o menos así:
- Mmmbbbbbbbhhhhhheeeeeeeeeeeeeeeeeeeee...........!-(en “la” menor). (¡Uf...! Y tiene huevos que me entren calores al recordarlo tantos años después...) Y ese “hipo del llanto” terrible, incontrolable... que no te deja expresarte ni “na” de “na”... y que dura mogollón... Que media hora más tarde de haber finalizado el berrinche, reaparece, entrecortado y sin sentido... ¡Hip!... seguido de un movimiento involuntario de cuello, cabeza incluida... Vamos, una desgracia...

Me cubrí la cara con las manos, y el profesor ordenó a una alumna de la fila de las correcciones que me acompañase al cuarto de baño. Casi me mato por el camino, escurriéndome por las esquinas, con los mocasines mojados produciendo un sonido con los calcetines, tipo “chof” “chof” “chof” y, sin ver, porque seguía tapándome los ojos. Cuando llegué al bendito lugar, proseguí con mi llanto de oveja cara a la pared, para que la niña no me viese el gesto. Ella, la pobre, me consolaba diciendo con una voz de esas con musiquita:
-Tranquiiiiiiiiila, neeeeenaaaaaa, si no se ha dado cuenta naaaaaaadie....-. No que va, pensaba yo. Para colmo de mis colmos habían avisado a la portera para que echara serrín en mi charco y ella, muy fina, había perseguido mi rastro con un hilillo de polvo amarillo hasta la entrada del wc. Estaba marcada. Mi primer día y mira la que “formo”...
Hasta ahí recuerdo aquel día, el resto pude olvidarlo. Sólo sé que desde entonces, mi flequillo largo que antes estaba sujeto por unos ganchillos para despejar mi cara, pasó a formar parte de ésta por los siglos de los siglos... Y con él -unido cual siamés- el mote de “La cortinas”...

56. Sección "OFERTAS DE TRABAJO"

(capítulo rescatado de ese libro que algún día publicaré)
Imaginad... 1991...

El instituto lo tenía un poco abandonado desde mi marcha de casa.
De hecho, mis estudios no los retomé hasta que estuve asentada del todo, finalizándolos mis 5 años de Dibujo Publicitario con más años que un loro. En mis circunstancias debía buscar urgentemente un trabajo serio para subsistir. Mi hermana mayor quiso colaborar colocando un
anuncio -por su cuenta- en la sección de ofertas de trabajo del periódico local, que decía algo así:
“Chica de 19 años se ofrece para cualquier tipo de trabajo. Disponibilidad
absoluta.”

Esa era yo. La verdad, hubiera preferido algo más concreto, pero bueno...
Una mañana me llamó por teléfono. En la zona de la Judería, bien cerca de la “ofi”, mi casa, un viejecito con silla de ruedas buscaba cuidadora.
En realidad la conversación fue con la hermana con la que vivía. Un trabajo bien sencillo: entraría temprano, a las 9, pues se quedaba sólo. Le pondría el desayuno, haciéndole compañía. El tipo era fuerte; de cintura para arriba no era inválido, lo que facilitaba tareas como ir al
baño sólo, sentándose sin ayuda. Conducía coche propio, preparado para personas en su situación. A las 12 acostumbraba a jugar a las cartas en un bar con los amigos. Tendría que acompañarle, para sacar y meter su silla de ruedas en el maletero. Durante la partida me quedaría en un lugar visible, tomando algo y, a medio día, a su casa. Le pondría el almuerzo -su hermana dejaría guisado todo- y comeríamos juntos. Un poco de tele, un cafelito.... En resumen, que a las 4 llegaba mi relevo y podría marcharme.


-¡Y encima me pagan, qué maravilla!- me dije. Por supuesto que no comería allí (no me veía jalando unas lentejas en compañía de un desconocido, la verdad), ya me inventaría algo... Por lo demás, no estaba nada mal el curro. La entrevista la tendría al día siguiente a las 10 de la mañana...
A todo esto, yo era un poco “punky” de aspecto (aunque de diseño y oliendo mucho a colonia) en aquellos entonces. Me asemejaba a algo parecido a un “electroduende” de La Bola de Cristal. Lo más lejano a una “enfermera” que se podía encontrar en el mercado laboral... Si no le importaban al señor mayor las apariencias, el empleo sería mío con facilidad...
Llegó la hora, encontré a la dirección correcta puntualmente, y llamé al timbre (habiendo respirado muy hondo segundos antes). Un sonido breve, como cuando te abren desde un telefonillo, me destrozó el tímpano. La puerta chirrió, descubriéndome el feo salón de la vivienda.
-¿Como coño la ha abierto?- pensé.


El caballero estaba sólo y muy bien colocado al fondo de la estancia, tras una mesa. Me pareció ver que trajinaba con algo por debajo. “Tendría un botón o similar que le facilitaba el trabajo...”. No estaba la hermana cerca (ni lejos) y eso me produjo un poco de terror. La casa era de película española antigua; mucho mueble marrón, figuritas de porcelana, mantelitos de croché...
Vamos, una horterada absoluta. La puerta de la calle se cerró cuando él volvió a pulsar lo que sea bajo el tablero y sentí que me subía la temperatura, del mismo agobio...
-¿Tienes novio?- preguntó.
...Me quedé un poco sorprendida con su indiscreto interés por mi vida privada y, sin darme tiempo a reaccionar, mucho menos a contestar, comentó:
-...Es que yo las prefiero sin novio, separadas, viudas o divorciadas.
¡Vamos, solteras!-


Socorro... Quedé boquiabierta, aunque sin palabra alguna que pronunciar... Entretanto, continuó:
-...Es que luego resulta que nos vamos en el coche para mi partida de cartas, y los maridos tienen celos, pues no les gusta que a sus mujeres las vean con otro hombre...

- ¡Uffff...! ¡era por eso!.
Por un momento había deseado tener un reloj de esos por los que se llama a “Kit” (el Coche Fantástico) para que me rescatase...
Muy resuelta le seguí la corriente...
-Claro, ya entiendo... Pero aunque tuviese novio no pasa nada porque esto es un trabajo-...y “nunca le crearía inseguridad un tipo con 70 años”, se me vino al pensamiento.
-Pues bien, -prosiguió- supongo que mi hermana le habrá informado de lo que buscamos. La soledad es muy mala, y como ella se ha visto obligada a trabajar, no está tranquila sabiendo que estoy sin ayuda, a la vera de Dios...- su cara me pareció de cuentista...


Yo, escuchaba con cara de pena, asintiendo a todo lo que me contaba, muy metida en el tema de las minusvalías, solidaria, comprendiéndole... hasta que me pareció escuchar en su discurso penoso el término “cuña”.
-¿Cuña?- se me escapó en voz alta con sorpresa.
-Sí, cuando quiera “mear” (me pareció un ordinario total) me tendrás que traer la cuña, luego vaciarla en el cuarto de baño... Tranquila, que no pasa nada...-su voz era sospechosa... Con cara de darme igual, y de llevar toda la vida bregando con cuñas, enseñé los dientes lentamente...

En realidad, no tenía tiempo de reaccionar, ni de pensar, porque hablaba muy rápido. Me encontraba cortada y nerviosa, aunque no recordaba que me hubieran comentado nada de cuñas cuando me propusieron el trabajo. Es más, tenía muy fresca en mi memoria una frase de mi hermana en que comentaba que él “IBA SÓLO” al wc... Intenté que mi cara no delatase mis pensamientos y, sonriente, proseguí con la escucha...
-...Aparte de la cuña -hablaba- también me tendrás que lavar, ¿eh?.- con cara de verde se señaló la zona de la entrepierna...
¡No daba crédito a lo que acababa de escuchar!. ¿Lavar? ¿cómo que tendré que lavarle ?¿y ...“ahí”? ¡...Se lo estaba inventando el pervertido todo!. ¡Que le “lave” su hermana cuando venga por la tarde, no te jode!. ¿Será cerdo el tío?. Era lo último que esperaba escuchar aquella mañana. ¿Que le lave los...?¿yo...?.¡Qué asco! ¡Hasta ahí podíamos llegar...!.
Se me descompuso la cara, y alguna cosa más que no voy a contar... ¿Tendrá morro?. La puerta “de fugarse” continuaba cerrada. Yo no controlaba la ubicación del botón, por eso, controlé mi tic del labio de arriba y, sonriendo, esperé a que terminara con su parrafada...
-No te preocupes,- su voz era suavona ahora- que yo de aquí para abajo (se señaló del ombligo al suelo) no siento nada y, aunque fueses Lady Di, a mi no se me levanta...- ¡Pero bueno! ¡increíble pero cierto...!

Encima “Lady Di”... Ni Sabrina la de las tetas, ni Sofía Loren... Al señorito le ponía la princesa de Gales, símbolo de pureza... ¡Se puede ser más retorcido...!!!
-...Al principio “les” pasa (se refería a “ellas” a “las otras” que ya hubiesen trabajado para él pasando por el timo de tener que “lavarle”) que les da “como cosa” tocarme ahí... Ya ves, porque es algo muy blandito... (¡puaj!) ...pero luego te acostumbras e incluso... te gusta...- me
pellizqué y comprobé que no era un sueño...


“¿Te gusta?”. ¡No me lo podía creer! ¡Vaya momento! Vomito, vomito y vomito... Encima yo, de
los nervios, asentía con la cabeza con mi sonrisa y mi cara de pena, sin saber ya ni lo que hacía... Y el colega, emocionado por mi comprensión, seguía dándome detalles de lo que iba a sentir mientras le quitaba la roña a algo que describía como con tacto de babosa... Porque ya me lo
imaginaba así de asqueroso... Concluida su porno-conversación, expresó lo contento que estaba de haber dado conmigo, confirmándome que estaba aprobada. El puesto era mío, sí señor. Mi cara de piedra intentaba no dejar entrever mi asco. Sólo pensaba en cómo se abriría la maldita
puerta de esa “casa de Torrente”...

-¡Por mí, empezamos ya!. Hoy. Desde ahora mismo, ¿puedes?-gritó extasiado.
Me daban ganas de decirle al guarro del tío: ¡Si te parece que sigamos con la “bromita”, empezaré “lavándote los huevos”!. Pero contuve mis palabras por el miedo y, porque me ví demasiado flamenca ya... Sin respirar y de tirón, inventé:
-Mire usted, mi hermana está fuera esperándome con el coche en doble fila, así que si me abre un momentico, pues yo salgo y se lo digo para que no me espere y me vengo para acá...- mi cara estirada era más falsa que Judas... Sonó otra vez ese ruidito de la puerta y el cerdo, encantado de la vida, me comunicó que estaría esperando...
Creo que no hace falta explicaros cómo mis zancadas KILOMÉTRICAS me plantaron en mi casa en menos de diez segundos sin exagerar.
Me sudaban las manos, me temblaban las piernas, el corazón se me salía de la boca... Ya veía los titulares de la prensa del día siguiente:
“Chica de 19 años asesina a pobre anciano inválido de 70 años. El móvil se cree que fue el robo...”

-¡El robo.... el robo...! ¡Me cago en...!- me sorprendía hablando sola... con los dientes apretados, imaginando el interrogatorio de la policía, soltando las más tremendas maldiciones que no había sido capaz de articular mi boca frente a frente...
Llamé a mi hermana cabreadísima para contárselo y estuvo riéndose de mí semanas enteras...
Por supuesto que no quiero "cuñas" ya, ni de tortilla...

PD: ante todo aquí mi crítica va hacia la "personalidad/cerdo", la minusvalía era necesaria explicarla para describir mi situación, pero por supuesto no va ligada al momento "verde")

53. ...QUÉ DESAGRADECIDA!!!


Hay que ver, no sé si soy la única, pero es cierto que cualquier cosa cuando eres adolescente te puede parecer "desenamorante"... Por muy madura que una se considere....
Ayer diluviaba y escuchaba decir a mi tía lo que le encanta salir y que le golpeen las gotitas en la cara.
-A mi no me gusta la lluvia -únicamente por mis plantas- pero por lo demás- le dije -nanai de la China....
Acabo de recordar el motivo...
Tendría 15 años y decidí ir al campo a ver a mi abuela. La única combinación era un autobús en un único punto de Córdoba algo lejos de mi casa...
Yo estaba recién llegada de Madrid y mi única información era que la casa de mi abuela estaba en la entrada de un pueblo llamado "EL VEREÓN", o al menos así lo decía ella...
Total, que me planto en la estación, muy fina hablando yo, y pido:
-Me dassss por favor un billete para "el Vereón"? ¿cuánto esssss? Graciassss....
Y me siento a esperar. Y por supuesto, no pregunto nada más, por el corte...
Eran las 11 de la mañana y, a las 2 y cuarto del mediodía, el taquillero me llamó:
-Niña, ¿Tú no ibah ar Vereón?
-Sissss....
-Eh que ya han pasao tóh lo artoguseh...!!!
-Si? (muerta de vergüenza) no esssscuché nada por los altavocesssss!
-Eh que teníah que haber cogío er de Puehta en Riego (que nadie me pregunte porque ni idea de lo que me hablaba, pero dijo eso).
Total, que miro un planito y descubro que el autobús que me llevaba al campo se llamaba PUESTA EN RIEGO (¿?) y de paso, con horror, me doy cuenta de que el pueblo de mi abuela se llama EL VEREDÓN... so...co...rro... (y yo muy fina con mis "eses" y diciendo "Vereón", como mi abuela...)
Decido volver a casa y.... glups.... llovía a cántaros...
A todo ésto yo era super punky. De pelo cardado hasta el cielo, de punta, sobresaliendo más de una cuarta de la raíz de mi pelo... duro como alambre por la laca Nelly... Y claro, intentar volver a casa sin paraguas era tontería. Porque encima me lo teñía de rojo con un tinte de titanlux, de esos de teñir pintura blanca (antiguamente no había tintes como los de ahora) y la lluvia habría hecho un destrozo en mi cabeza, destiñendo el pelo, bajando mi peinado, dejando una maraña de enredos en mi cabeza...
No no no... eso no... no podía ni plantearme salir de allí.
El caso es que la estación de autobuses iba a cerrar y a mi me iba a dar un infarto porque me echarían en breve y ocurriría el desastre... (a esas edades importa mucho la apariencia, y más si eras insegura y tímidísima como yo...)
De repente... un tío con paraguas me dice: ¿quieres que te acerque a algún sitio?
Ni me fijé en su cara por el corte, pero tenía que elegir :"sunami" o "pelma".
Me decanté por el pelma, cosa que en la vida había hecho ni hoy se me ocurriría por muy simpático que fuera el colega...
A todo esto, el paraguas que llevaba él era super chico...
El camino se me estaba haciendo como el de Santiago de largo, pero intentaba contestar a sus preguntas pelmas pa que no se arrepintiera de acompañarme, que aún quedaba mucho trecho...
Pero, tú sabes, cuando DOS van con un mismo paraguas, o se agarran del bracito y se achuchan bajo la tela... o uno de los dos se moja.
¿Y quién notaba agüilla resbalarle por el casco capilar?
La menda.
Pero claro, cualquiera se arrimaba al maromo pesao, que hablaba de pesadeces, que me decía que "si había metido los dedos en un enchufe", que si "hay gente que se quiere hacer la original, pero que eso se nota pero que yo sí que era original, que "hay punkys depostal y punkys-punkys" (sin apreciar que yo era evidentemente de postal y apestaba a nenuco), que "hay mucha gente que dice que le gustan "los QUIUR" (the Cure) pero que en realidad no tienen ni idea"... SOCORRO... se me estaba haciendo insoportable...
Al pasar por un escaparate... HORROR... descubrí la tragedia...
La mitad de la cabeza, la que iba dentro del paraguas, se conservaba intacta, pero la otra mitad, la izquierda, la que ME CHORREABA PORQUE EL RÁCANO SE PEGABA SU PARAGUAS A SU CUERPO-DE-TACAÑO-DE-MIERDA, estaba completamente aplastada... Y lo que es peor... la mitad de la cara chorreaba tinte rojo, cual matanza de texas... Rimmel corrido y rabillo churreteado... UN MOSTRUO, vamos...
Me quería morir y aún faltaba al menos un cuarto de hora hasta mi casa...
Ahora era peor todo. Tenía que mantenerme de perfil todo el santo rato pa que el colega no saliera huyendo... Y como el camino era eterno, empezó a decirme que "qué encanto tenía estar con una mujer tímida" (él era mucho más mayor que yo y, por mi altura, no sospechó mi edad).
Al colega le encantaba "hablar con alguien que por corte no miraba a la cara, agachada en dirección al suelo, blablabla".... De buena gana le habría mirado a los ojos y le hubiera gritado "PLASTA DE LOS COJONES"... pero mi otro perfil me lo impedía... AAAAARRRRGGGG..... Encima le estaba gustando que no moviera la cabeza mientras me hablaba!!!.... SOCORRO!!!
Hubo otro escaparate, y con él otra visión esperpéntica de lo que me quedaba de peinado. Cuatro pelos contados de punta en el perfil bueno y un bolondro de nudos "ensangrentados" por el malo!!!!...
...Quedaban ya los últimos metros... y ya, por fín... LLEGAMOS A LA PUERTA DE MI CASA.
...Entonces, el tío me dice:
-Que digo yo... que si me das tu teléfono y te llamo un día pa tomar café...
...Entonces, cuando estuve segura de que mi llave había abierto perfectamente el portal, con la cara hecha un "sanfermín", el ojo izquierdo hinchado y lloroso lleno de rimmel, laca Nelly y tinte titanlux, la casi totalidad de mi cabeza hecha una montaña de pelambreras, UN ÚNICO mechón de punta, como una antena parabólica, la ropa chorreando y medio cuerpo congelado, y toda la mala leche que había podido acumular en esos 35 minutos de trayecto, grité:
-NO!!! -y por primera vez, lo miré fijamente con ese aspecto de esquizofrénica asesina que llevaba porque ERA UN TACAÑO DE LOS PARAGUAS... - y cerré la puerta.
Mi último recuerdo fue ver a un tío de unos 30 años, que intentaba sonreír con TODOS LOS DIENTES NEGROS (lo juro!) susurrando tembloroso al verme de frente (y sospecho que aliviado por mi respuesta):
-... mmm... qué... desagradecida....!

61. YA TENGO "AMOTO"


HACE 14 AÑOS...


He tenido mil historias divertidas también con mi hermana mayor, Eva, la escultora, la cantante de Corazones Estrangulados, la lianta number one...


...En cierta ocasión me persuadió para que nos fuésemos a vivir a una casa que había encontrado en una zona bastante alejada de nuestro barrio... A mí no me venía nada bien mudarme tan lejos. Mi escuela de Artes y Oficios me pillaba al ladito y, el centro de la ciudad, a un paso. Pero ella, con esa “verborrea-herencia-materna” -comercial experta en ventas-, me convenció para que me fuese a su vera “pa” la otra punta del mapa, con el incentivo de que me iba a regalar “una moto de segunda mano con la que ir y venir” por esos caminos de Dios...

-¡Ya la he encontrado!!!. -me soltó un día- Sácate corriendo el carnet de ciclomotor, que en tres días vamos a recogerla, ok?. -aún recuerdo su cara de emoción por su suerte y rapidez en conseguirla.
En cuanto tuviéramos la moto cambiaríamos de domicilio. Me ponía todas las facilidades del mundo, como los vendedores de enciclopedias profesionales:
-Yo me encargo de la mudanza, te pago el permiso de conducir, y el “Vespino” será “pa ti pa siempre”...- y yo, no sospeché nada...

Llegó el miércoles de marras, por lo que marchamos a recoger mi futuro vehículo. Era un portal antiguo de barrio el lugar de la cita. Entramos,y a la derecha, mientras la vendedora salía a recibirnos, observé una motocicleta oxidada apoyada en la pared. Aunque sólo me fijé un instante, mi cerebro pudo reconocer que era una “Cady”. De esas que parecen bicicletas pero con motor, con un sillín gordo hortera y, además, con una caja atada atrás donde se acertaba leer: “Frutas Mari Carmen”. Más o menos como la que lleva “el tío que vende los higos chumbos” en mi pueblo de veraneo. En un segundo en que la dueña de la casa estaba despistada, hice un gesto a mi hermana indicándole mi hallazgo, como diciendo:
-¿No será “eso” la moto, no?- a lo que ella negó ofendida con la cabeza.

Después de hablar un rato con la colega, mi hermana procedió a entregarle las 20.000 pesetas apalabradas y, la otra, me dio los papeles oportunos. Ya los dichosos “papelitos”, acartonados y descoloridos, daban cuenta de que el vehículo no era de segunda mano, sino de SEXTA, detalle super importante, la verdad...
- Bueno guapas... -dijo la de la venta con cara de haberse deshecho de un muerto- ...¡pues aquí está la moto, que ya es vuestra...!!!- y sonrió señalando la “Cady” del portal... (todos juntos, como en el 1, 2, 3: ¡no me lo puedo creer!!!).

...¡Glup...! con cara de patata, la sacamos como buenamente pudimos a la calle, sin quejarnos ni nada (eso no era un Vespino ni de coña), por el corte... Cuando la mujer desapareció mi hermana pregonó:
-¡Higos de pala, señores!!! ¡A lo barato hoy!!!!- que era lo mismo que voceaba el “tío de los higos chumbos” que frecuentaba nuestro pueblo de mar...
...¡GGGGGGGGRRRRRRRRRR.....!. Eso no era una moto, señores... ¡Era un auténtico “amoto”!!!. ¡El genuíno “amoto” de robar bolsos!!!. Y a mí me iba a dar algo imaginándome allí montada. Porque para colmo de mis males, el lote traía un casco. De esos cascos “comíos” de mierda, cortos
y con visera (con una pinta de ilegal que no podía con ella)... Y en vez de “pitón”, nos dio una cadena -de esas enormes de los fantasmas-, cuyo óxido hacía juego con el “supuesto rojo” desconchado que decoraba esa “bici gigante”.Intentamos arrancarla -por supuesto había que pegar una gran carrerita para ello- y descubrimos, adosado, un tubo de escape plateado y de distinto tamaño que el que le correspondía. La habían rectificado con una pieza que no tenía nada que ver con el resto de aquel artefacto inmundo. Aunque lo peor de todo fue que era tan bajita que me hacía parecer la rana Gustavo montada en ella... ¡Las rodillas me llegaban hasta las orejas!!! “Descojonás perdías” marchamos en el “amoto” a la nueva casa, y allí maquinaría cómo ir a clase al día siguiente.
-¡No está tan mal!- gritaba la falsa de mi copiloto.

Amaneció. Era mi primera salida formal. Yo, tan moderna, que siempre me habían dicho que parecía sacada de una película de Almodóvar... y que montada en mi “Cady” no me iba a llamar ni Quintero para su “Cuerda de presos”... El colorido de mi vestimenta no pegaba ni con cola con el de mi cuarteado vehículo. El mini-casco de hípica me aplastaba el mono cardado de mi pelo, haciéndome parecer un payaso calvo, y las rodillas me destrozaban los lóbulos de mis pabellones auditivos.
Menos mal que no suelo usar pendientes...

Nada segura de mi misma, entré a casa a por una gafas de sol. Como no encontré unas de bucear que me cubriesen bien, me decidí por unas gigantes, tipo “mosca”, convencida de que nadie me iba a reconocer en mi camino a la escuela...
¿ Nadie?. ¿Dije “nadie”? ¡Me sentí como Juan Pablo II en su “papamóvil”...!
La palma de la mano, morena de tanto saludar. Me encontré a amigos, conocidos, ex-vecinos, antiguos compañeros de estudios, al frutero... y TODOS se percataban de que era YO la que conducía aquel “amoto”... Socorro... Como de orientación estoy fatal, tardé lo impensable en encontrar el camino -nunca antes había conducido- de mi escuela.

Si tenía que cambiar de carril, como me daba vergüenza extender un brazo para indicárselo a los coches de atrás (ya que de intermitentes tenía “cero patatero”), me paraba y aparcaba. Me fumaba un cigarrito, y esperaba a que todos los vehículos se hubiesen marchado.
De nuevo arrancaba y, así, hasta una nueva curva. ¡Cuarenta y cinco minutos invertí en un caminito de diez!. Al llegar a mi destino, miles de alumnos se agolpaban en la puerta, por lo que di media vuelta y decidí estacionar mi “óxido de dos ruedas” en casa de mi progenitora, 200 metros más lejos. Así evitaría ser el hazmerreír de la clase.

Como la única seguridad que tenía para que no me la robasen (no sé quien, pero bueno) era la cadena del fantasma -sin ningún cierre- cogí prudente un candadito (de esos de joyero) con el que uní los dos inmensos eslabones y luego lo camuflé por detrás de la rueda.

El camino a casa fue aún peor. Tuve que llevar andando la “Cady” hasta una avenida cercana a la casa de mi madre. Así tendría espacio para pegarme “la carrerita” necesaria para que arrancase.

Imaginad: 6 de la tarde, verano, acera de los jardines de la Victoria (frente al semáforo lleno de una ancha carretera de 3 carriles) y, yo, con ese casco jinetero, corriendo para conseguir que el motor comenzase su trabajo. Corre que te corre -“amoto” en mano- y ...¡se queda “pillao” el gas al mover el “manguito” de arrancar...!!! El ciclomotor empezó a correr mil por hora, mientras yo volaba como un muñeco de trapo con las manos pegadas al manillar... Socorro... Al final se fue sola, cruzó la carretera, y colisionó contra la pared... en tanto que yo me estampaba contra el suelo de aquella avenida llenita de coches.

Tierra trágame. Por supuesto, que nadie me ayudó -ni me preguntó que cómo estaba-, quizás por el miedo que producía mi persona con esas pintas, las gafas y la “boina” de motorista. Rauda y veloz me levanté, con el odioso “tic” del labio que aparecía sin que nadie lo llamase, caminando
hacia la moto -el semáforo seguía rojo y con una cola que te cagas- y poniéndola en pie. Para disimular frente a los que habían presenciado la escena, escogí la opción de hacer “como que estaba arreglando la cadena”... ¡Vaya tontería!, ni que una moto fuese como una bici... Dándome lo mismo que la gente se diese cuenta de la subnormalidad que estaba aparentado arreglar, continué toqueteando “cosas” por los bajos de mi “Cady”. Hacía un calor del copón y, con las manos llenas de grasa, limpiaba el sudor de mi frente sin darme cuenta de que si antes daba un poco de miedo, ahora parecía el mismísimo “deshollinador”...

Los pedales estaban machacados, madre mía... Me mantuve en esa posición hasta que el semáforo se puso en verde y, cualquiera que hubiese podido verme, estuviera ya en su casa. Pasó el peligro y comprobé, con un agobio impresionante, que ya no se podía arrancar, por el golpe. Por lo que tuve que marchar a mi casa del quinto coño en el “coche de San Fernando”, con la cara llena de mugre y mi compañera de 20.000 pesetas. Por supuesto que las gafas y el “medio coco con visera” me los dejé cubriendo mi cara de achicharramiento...

Mi hermana se meaba viéndome llegar, por supuesto, tan solidaria ella... y tan hija de su puñetera...
Fuimos al taller de al lado de nuestro hogar a medio mudar y, el mecánico -cago en “tó”-, me comunicó que ellos “no arreglaban esas motos de choris”, que “siempre que les llegaba una, luego no les pagaban”, que “ese era un barrio muy conflictivo” y que lo sentía mucho...

...Y esa es la historia de mi vida de conductora... No tengo carnet de coche, y el de ciclomotor está guardado “donde yo no lo vea”. Ni siquiera puedo contar a mis nietos que tuve moto, porque mi única posesión fue... un “amoto” que, para lo que me sirvió...