domingo, 22 de agosto de 2010

106. Tiene narices el bar de carretera!!!


...Y siguiendo con las anécdotas de bares, me remonto a la gira del primer disco..
Íbamos con prisa, no recuerdo a donde, pero no encontrábamos ni un miserable bar en la carretera para echar una paradita y comer bien. A mi me importaba un pito mientras fuese limpio, porque siempre comía ensaladas en los viajes, pero el resto de la banda no solía arriesgarse e intentaba buscar algo conocido por alguno.
Pero como no había manera, paramos en el único restaurante que no nos obligara a salir de la autovía...
Y es una pena que no recuerde el nombre del lugar, la verdad...

En total, contando al conductor, íbamos nueve personas, por lo que nos pusieron en una mesa grande muy cerquita de la puerta. Recuerdo que hacía calor, debía ser verano.

Cuando el camarero vino a traer la carta... GLUPS...
Supongo que debí ser la primera en percatarme del "detalle", y me entró el pánico...
Mi mezcla de educación y corte me hace imposible quejarme en los sitios de comidas. Prefiero pagar a reclamar. Pero la mayoría de mi banda es más "normal" que yo respecto a esas cosas. Y bastante más escrupulosa...
Me da un poco de cosa hablar del "detalle", porque a cualquiera le puede pasar, pero es que... socorro...

El camarero era un tipo con una gran nariz. Aguileña y con las aletillas levantadas. De esas narices peligrosas que nada pueden esconder...
Y bueno, al grano, uno de sus orificios nasales albergaba el moco más grande que había visto en mi vida. El moco más inmenso y asqueroso que haya tenido un público tan numeroso como el que ocupaba mi mesa... Un moco verdoso y consistente, tan solo posible -o eso creía yo- colocándote un gran pegote de blandiblú en el agujero. En serio. Algo increíble... De un diámetro de dos centímetros sin exagerar y, exagerando, como un melón...

Y uno a uno, todos mis comensales se fueron fijando, con la consiguiente mueca de asco.

Y es cierto que a cualquiera le puede pasar, lo que no veíamos normal es que los múltiples camareros y camareras del restaurante no le dijeran nada, joer, que estaba vendiendo comida y quitándote el hambre a la vez. Y por la espesez, tenía pinta de llevar horas con aquel "adornito"...

La cosa es que preguntó los primeros y, menos yo, todos pidieron gazpacho.
-Con guarnición?-preguntó el hombre-moco.

...Hhhhmmm... Todos se lo pensaron y yo les leí la mente: "mejor sin guarnición, por si se cuela parte del moco en la guarnición y se mimetiza con ella".

Nada más partir el camarero a la cocina, los comentarios fueron monotemáticos: Moco p'arriba, moco p'abajo...
Que si "vaya asco", que si "mejor que vuelva con el moco en la nariz, y así lo tenemos controlado", que si "como venga sin moco yo no como"...

Me arrepentí de haber pedido ensalada, consciente de que en la lechuga era donde mejor podía esconderse un moco. Y de hecho, la mareé pero no comí.

La gran vergüenza es que cada vez que venía el camarero, los integrantes de mi banda se tapaban la cara con las servilletas para no ver el moco, y le pedían así, en medio de ataques de risa...
Intentamos pedir a otra camarera, y a otra, y a otra... y la respuesta siempre era:
-Pídan a su camarero ("el del moco", retumbaba en nuestras mentes), que es el que lleva su mesa, gracias...- ains...

El Lin, que venía tocando la guitarra, parece ser que fue a la cocina y le dijo a sus compañeros que por favor le dijeran que tenía un moco. Pero la contestación era "ya, si lo hemos visto, pero nos da cosa decírselo"...

Por tanto, ocho cuencos de gazpacho y una ensalada fueron recogidos casi intactos de la mesa.
Y mientras iba y venía a traer pan, bebidas, cubiertos, el moco iba grabándose en nuestras mentes y mezclándose con nuestra imaginación...

Cuando llegó el segundo plato de ellos (yo pasé de pedir más), el Lin se levantó de la mesa y se salió a la calle.
No sabíamos qué había podido ocurrir...
Observé su filete con papas y... socorro...
UN PELO DEL GROSOR DE UN CEPILLO DE DIENTES adornaba su plato...jajajaja...

Yo no hacía más que decir a Antonio, el que conducía, que pagásemos y fuéramos a otro lado, temiendo que se quejaran porque me daba super vergüenza...
(Antonio era el típico road manager de toda la vida, madrileño, buena gente, pero de modales castizos de su barrio. Con acento rollo "Pi-chi... es el chu-lo que cas-ti-ga"...)
Y Antonio llamó al camarero del moco enorme.

Socorro... Seguro que iba a liarla... socorro...
-Vamos, a ver...-gritó en tono amenazador...
El camarero -pobretico, por mucho moco que tuviera- puso cara de susto...
-Esa carne tiene un pelo asqueroso, tengo a media banda saliendo y entrando, y sin comer, y todo por... qué asco!!!

...El camarero se sonrojó, y más aún cuando escuchó:
-HAGA USTED EL FAVOR DE QUITARSE ESE MOCO QUE TIENE EN LA NARIZ, POR DIOS, OSTIAS, Y DÍGAME QUIÉN ES EL DUEÑO DE ÉSTO!!!!- me quería morir...

Me levanté de la mesa muerta de todo, e intenté salir, pero no acabó aquí la cosa.
De repente Antonio vino a por mí, me cogió del brazo y me sentó en una banqueta, frente al dueño del Restaurante...

El que debía ser el dueño me decía (a mí, encima!):
-lo siento, lo siento, "lo del moco" le puede pasar a cualquiera, pero es cierto que lo del pelo se podía haber evitado...
Yo no daba crédito. El pobre hombre se disculpaba conmigo, sin yo haber dicho nada. Serán...
Habían puesto mi nombre y mi cara para quejarse, con el corte que me daba a mi... aaaahhh...

...No podía levantar la cabeza, e incrusté la barbilla en mi pecho muerta de fatiga sin saber qué decir, mientras Antonio le gritaba:
-Una artista, he venido con UNA ARTISTA (socorro, eso me daba más corte aún) y sus músicos y no han podido comer ninguno por asco del "moco" paseando por la mesa y ningún camarero se lo ha querido decir, y encima el pelo ese gordo!!!

...Tierra trágame...
Finalmente el dueño no nos cobró nada más que las bebidas, se disculpó, pero yo no pude mirarlo a la cara ni articular palabra alguna. No sé si pensó que de pura creída, pero la realidad es que fue por pura vergüenza... Mamma mía...

miércoles, 11 de agosto de 2010

105. NUNCA más comeré una tapa de ensaladilla


He de confesar que, aun siendo vegetariana, las croquetas de mi madre no entran en mi lista de alimentos prohibidos. Y he de confesar también que, últimamente, el cuerpo me pide ensaladilla rusa. Aunque tenga atún, qué le voy a hacer...

La cosa es que el otro día, después de un largo día de calle y faenas, mi chico me propuso tomar una tapa en un bar.
Por motivos que imaginaréis, no pienso dar nombres, aunque debería, pero soy también camarera y tengo un pacto de honor con el gremio.

A mi el rollo tapas, como que paso, me gusta comer en casa, pero por hacer feliz a mi chico, pues accedí a su invitación. Y como tengo esa suerte de que siempre me toca el vaso sucio, el pelo, la uña, la pestaña, el párpado y diversas cosas extrañas en mis paseos a bares de tapas, hice un super esfuerzo en no fijarme en detalles pa tener la velada tranquila no agobiar a mi maromo que tan sonriente me había hecho tal proposición.

-Venga chica, solo un refresquito y una tapilla y seguimos con lo que tenemos que hacer.
-ok, vale...
-Vamos a ese bar, que "ponen muy bien de comer"...

...El bar en cuestión se titulaba "marisquería X", aunque el escaparate estaba pelao, eso sí, "comío" de mierda el cristal de arriba a abajo.
No quise decir nada, pero, mala cosa. Si la primera impresión es chunga, no puedo evitar imaginar...

Cuando salió el camarero, blaaaanco como una pared, sudoroso, con unas cejas de dos dedos de grosor y unos pelos que le salían del pecho kilométricos, tampoco quise hacer comentario alguno. Más que nada porque el rollo super-pelos me recordaba a una vez que me senté con mi hermana a una cocacola y el mantel estaba llenito de pelos como de brazo (espero). Y eso, que siempre he pensado que camarero-peludo-que-sirve-comidas es igual a pelo en el plato. Sé que es un prejuicio tonto, pero a ver, qué le hago...

La cosa es que mi chico pidió dos refrescos, una tapa de ensaladilla para mi y una de salpicón para él.
Cuando llegaron las cocacolas, mi filtro de los ojos rápidamente advirtió un momentito-costra por el filo de mi vaso. Varios, para ser más exacta.
No quise aguar la fiesta y con la uña rasqué hasta que salió todo aquello, con disimulo extremo, pero dándome cuenta que el vaso tenía miles de huellas, cosas, churretes... aaarrg...

Pero callé y, tragando saliva, eché el refresquito en su recipiente dándome cuenta de nuevo de que el limón era, como mínimo, de ayer. Y probablemente conservado durante la noche en agua, por lo blandurria que estaba la piel... (ésto de ser camarera a veces es odioso).
El hombre, antes de colocar los vasos, pasó una balleta de esas que tienen pizquitos de otra mesa, dejando la nuestra llenita de migas, averigua de qué, de cuándo y de dónde...

Odié tener tanta imaginación, pero mantuve mi sonrisa intacta...

De repente aparece con una cesta de palillos de pan y, puestos a imaginar, sospeché que serían restos de otros comensales mezclados con pan nuevo...
Y es entonces cuando tropezó con algo, y toooodos los palillos se cayeron por la mesa, a lo que rápidamente mi chico y yo gritamos:
-Naaaada, no pasa nada, tranquilo, no te preocupes...

Ni corto ni perezoso, el camarero de las cejas como bigotes agarró la "carta de tapas" (que tenía mucha porquería y estaba más pegajosa que el cristal del escaparate) y, a modo de pala, introdujo los palillos que pudo en la cesta (llenos de migas pegadas "de otros" de las que espolvoreó cuando pasó la balleta), y los que se le resistían, los terminó de meter con unas manos enooormes y arrugadas en los dedos de la humedad de las miles de balletas llenas de migas que había usado aquel día.
Y lo peor; no hacía ésto para llevársela y traer otra. Lo hizo para dejarla en la mesa. Pa nosotros.

Yo miré a mi chico y sonreí... pero esquivé la mirada antes de que fuese él el que rompiera el encanto del descanso.

Cuando trajo las tapas intenté relajarme y olvidar. La ensaladilla tenía muy buena pinta, de esas caseras medio hechas puré.
Así que, sin mirar el tenedor (por si me encontraba un grano de arroz de paella o restos de yema de huevo) (cosa que me ha pasado ya), pues la probé.

Socorro... Tenía un sabor extraño. Un ingrediente raro que me sonaba a algo pero no sabía ponerle nombre.
Mi chico la probó y, antes de que dijera nada, dije:
-hmmm... tiene... algo... no sé... Me suena el sabor pero...
-Es verdad, tiene algo "raro"...

Palabra clave: RARO.
Me encantó. Que mi chico calificase el sabor como RARO abría la veda de la crítica, pero aun así quise dejar la fiesta en paz. Y aunque por educación yo me como todo en los bares (he sido capaz de guardarme unas croquetas en el bolso por estar saladísimas, por el corte de que me pregunte la cocinera el motivo de dejármelas enteras), y aunque el plato era enano y la tapa pequeña, no pude terminar mi ensaladilla.

Ese sabor... ese sabor... hmmmmmm... qué era? a qué me sonaba?

Mi chico se terminó su plato, que tampoco estaba demasiado bueno -dijo- y nos fuimos de allí.
Durante toda la tarde estuve con ese sabor en mi boca, intentando revivir el momento en que YA lo había probado u olido... pero nada.
Por la noche, con dolor de barriga los dos como de empacho -cosa extraña porque apenas habíamos comido más que "la tapa" aquella- me vino a la mente una escena de hace años.
Socorro...

Mi madre me había regalado una compra navideña que, entre otras cosas, contenía una lata de atún de kilo. Como solo mi chico comía atún, pues la lata pasó tiempecito en la nevera abierta.
Yo, convencida de que el atún en aceite no se pone malo, la mantuve ahí sin inspeccionarla nunca.
Y un día fui a echarle un bocadillo y...
-Oye... el atún se pone malo?-pregunté.
-Que yo sepa no... por?- me contestó mi chico.
-No sé... huele- y se lo acerqué a la nariz...

ERA ESE OLOR. ATÚN MALO. ATÚN PODRIDO. ATÚN DESCOMPUESTO. ME CAGO EN LA ENSALADILLA...