martes, 12 de junio de 2012

119. LOS NIÑOS...

...Cuando las circunstancias de la vida te llevan a visitar con asiduidad un hospital, descubres un mundo...
Es como un pequeño barrio, donde conviven familias, enfermos y personal del hospital que van estrechando lazos a medida que pasan los días...
Caras cansadas, llorosas... Personas frágiles, pero fuertes...
Cada grupo reparte sus funciones. Unos sufren desesperados, otros alimentan la esperanza, unos no quitan la risa de sus gestos, otros lloran sin consuelo, unos pierden la fe, otros animan al resto aun sabiendo que sus miedos escondidos tras un muro tiemblan, y la piedra empieza a agujerearse, como si de un bombardeo se tratara...
Mientras una familia recibe buenas noticias, a la de al lado les han dicho que solo queda esperar...
Familias rotas por la incertidumbre consuelan a un desconocido que se derrumba... Prestan su pecho para que descarguen sus lágrimas...
Allí todos son uno. Allí todos vibran por el mismo dolor...

Doctor@s, enfermer@s, celador@s, limpiador@s... a los que nunca les falta una frase de ánimo para los enfermos.

Cuando se trata de niñ@s, la cosa es mucho más dolorosa...
Si la imaginación de un adulto postrado en una cama puede ser insoportable, ¿qué no pasará por la mente de esos pequeñines que hace apenas unos días ponían su diente bajo la cama esperando al ratón que fabrica su casita con ese trueque en forma de regalo?

Hay una niña en el hospital, de Palma del Río...
Tan poquita cosa que te da ganas de estrujarla y llevártela contigo...
Con tan mínima edad, sabe perfectamente su enfermedad y sus tratamientos. Porque Lucía ha pasado mucho tiempo batallando... 

Con ese "ceceo" propio de su pueblo natal, me explica -cuando le pregunto- cómo le van a poner "como una coza fija para que no tengan que meterme el tratamiento por la vía"... y te enseña su bracito... Incluso se permite la licencia de elegir dónde quiere que se la pongan: "o en el mismo zitio de la otra vez -y se toca la parte superior derecha del pecho donde ya la vida le regaló su cicatriz- o en el otro lado". Buscando la simetría a las marcas de su cuerpo...
Lucía todavía tiene ganas de hablar, aunque poca hambre. "Me comí una tostá a las doce menoh cuarto"... Ella sabe que si no come, tendrán que alimentarla de otra manera, y recuerda como la vez pasada que ingresó "me puzieron el tubo por su curpa -lo dice riendo y señalando a una familiar- porque comí mucho arró amarillo de mi tita, que eze zí me gusta, y lo acabé vomitando". Y luego añade: "bueno, el tubo me lo puzieron realmente por mi curpa, porque no comía"...
-pero, ¿no hay ninguna comida que te guste de verdad?
-"zí, la bagué de tortilla"...
Cuando una niña tan chiquita, tumbada en una cama de hospital el triple de grande que ella, te dice "por mi curpa" te das cuenta de que, si realmente existe un dios, no es él quien decide quien se va a su lado y quién no.
Luego te explica cómo un profesor viene a darle clases al hospital, y que hoy tenía un examen: "pero como no había eztudiao, me he hecho la dormía"...


Esta mañana el colegio de Lucía ha organizado un desayuno solidario. Los niños intercambiaban su euro para chuches por un chocolate y un bollo (riquísimo, por cierto). Las paredes estaban llenitas de murales con frases parecidas a "Todos somos Lucía", "Lucía, ponte buena ya, que te estamos esperando", "cuando la vida te pone por delante esos problemas, es porque sabe que puedes solucionarlos"... Ay, qué chicos y qué grandes...
Palma del Río es famosa por su solidaridad.
Y allí he conocido a la hermana melliza de Lucía y a la de su madre. Y mi amiga voluntaria de la asociación contra el cáncer saca su cámara y comienza el reportaje que luego llevaría a Lucía y los suyos...




Camino de su habitación, y acompañada por mi amiga voluntaria, nos encontramos con otro niño que es un pizquillo. No me llega ni a donde acaban mis piernas. Sus ojos son gigantes y llenitos de pestañas larguísimas. Mi amiga, comienza a hablar con el niño acerca de los whatssaps que él le manda de madrugada para saludar... y él se ríe. Una risa grave y contagiosa sin apenas gesticular...
-Ahí venimos, a cargar su mochila- dice su madre. Madre que, con la misma mirada intensa no pierde la sonrisa de su boca...
"Cargar la mochila" es cargarse de morfina porque está en cuidados paliativos... Y entro en el cuerpo de esa madre y de ese niño, y me siento tan estúpida por haber osado creer que era desdichada alguna vez a causa de las  tonterías sin importancia de mi vida...


Hoy Lucía no hablaba. No parece haber un motivo físico por el que no hable, pero ella mira al techo de su habitación, que seguro se sabe de memoria, y piensa...
Y no puedo evitar de nuevo entrar en su cuerpo e imaginar lo enfadada que tiene que estar con el mundo... Por qué no puede ella vivir, como niña que es, su infancia igual que el resto de sus amigos...
Miraba con su poquito de ilusión las fotos, mientras la voluntaria le leía los mensajes de los murales...
Y aparece otra voluntaria que hace un año justo perdió a su hija...
- ¿cómo está hoy mi cotorrita?- pregunta con su mejor sonrisa...

Solo conozco los ojos de su familia, porque las mascarillas que hay que llevar para protegerlos me impiden ver más. Pero esas miradas lo dicen todo. De nada sirve esconder la mueca de dolor...
El trabajo del personal del hospital es impecable. Y es diario. Yo solo he ido dos o tres veces a esa planta. Y esos voluntarios tienen el cielo ganado. Porque la mayoría conocen perfectamente esa enfermedad en sus propias carnes o en las de sus seres queridos. Y allí van, dando ayuda, alegría y apoyo habitación tras habitación... Y aunque lo intenten, es imposible no llevarse el dolor a casa. Crean lazos estrechísimos de amor con las familias...
Y los sacan de la rutina, y les cuentan historias increíbles, y les hacen reír...
De repente me siento impregnada de tanto dolor. Porque aunque mi paso ha sido circunstancial, ya sé que todo eso existe viéndolo, sin escucharlo.... Y si mi dolor es un granito de arena allí, no quiero ni pensar cómo están de rotos esos corazones

Me acerco a Lucía por última vez, a ver si consigo escucharla antes de irme.
Siento que no sé nada de la vida cuando la miro...
-estás harta, verdad, chiquita?

Ella solo asiente con la cabeza...
-pues no te cortes, Lucía... Grita cuando lo necesites y enfádate, que tienes toda la razón, saca tu rabia de dentro...
De repente entra una enfermera simpatiquísima y Lucía por fin abre la boca:
-"de dónde has zacao ezas gafas tan feas?"

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Los hospitales están llenos de ángeles heridos que nos recuerdan que lo que nos pasa a nosotros no es nada comparado con lo que les pasa a ellos.
Suerte con el libro Rakel.
Un beso.
Azael.

Anónimo dijo...

Me has emocionado. Comparto este enlace, para que los demás también puedan sentir y comprender mejor esas vidas.

Anónimo dijo...

Qué bien escribes. Yo también compartiré este enlace cuando me calme un poco y deje de llorar.

Juande dijo...

Emocionante Rakel, emocionante

Tenblog dijo...

todos y cada uno de los pelitos de mi cuerpo erizados....cuanta razón tieenes....
me ha gustado lo que ha comentado Azael...