martes, 5 de enero de 2016

21. Nos disfrazamos?


Mi hermana la mayor se cayó mientras practicábamos judo en el gimnasio de un primo. Yo podría tener 16 años y ella tres más que yo. Balance final: rotura de menisco y ligamentos cruzados, cágate. Eso significaba una escayola hasta casi la ingle, y muchísimos meses de reposo...
Por otro lado, falté al instituto y mi madre me pilló. Resultado: castigada sin salir y, de paso...
-...Harás compañía a la pobre de tu hermana que está siempre en casa sola.- manifestó al enterarse.
Viernes por la tarde. El ambiente aburría a las moscas... Para colmo de nuestros males, se había terminado el tabaco...
Aburridas, comenzamos a recordar la vez que nos disfrazamos de “madres”, con la ropa de nuestra progenitora. Aquellos vestidos floreados y sandalias de tacón chillonas... Nos maquillamos tan feas que los camioneros nos confundían con “travestis”, ya que lo hicimos una mañana cualquiera, en fecha bien lejana al carnaval...
Nos carcomía el “mono” de un cigarrillo, no obstante, estaba sancionada, no pudiendo salir “ni a comprar”. Además, si bajábamos, alguien podía vernos y chivarse...
Planteamos pues la posibilidad de salir disfrazadas a la tiendecilla de “chuches” que estaba a 20 metros de nuestro tedioso hogar... La única manera de camuflar una pierna escayolada -zanjamos- debía ser enmascaradas con un modelo... de ancianita. Misión complicada, ya que éramos jóvenes y punkies, y eran las 4 de la tarde de un día corriente. Nadie nos debía reconocer, era cuestión de vida o muerte, si no quería que mi castigo se multiplicase...
Manos a la obra: me coloqué una falda negra (sería de mi abuela por lo menos), camisa antigua, toquilla de lana, tacones y medias tenebrosas... Mi hermana iba con un pantalón oscuro de pinzas, que aún no sé de dónde coño salió. Por arriba, igual que yo y, sumado, un abrigo azul marino que disimulaba su cuerpo serrano. Nos pusimos sendos pañuelos en la cabeza, rollo doña Rogelia y, ahora viene lo mejor: fabricamos una masa con harina, polvos color carne y maquillaje. Se moldeaba bastante bien. Con nuestra gran creatividad -heredada de los años en que en Reyes nos regalaban un bloque de arcilla para que nos modeláramos el regalo deseado- hicimos de nuestras faces unas perfectas caras de viejas. Narices horripilantes de “troll”, verrugas, cejas anchas, surcos y arrugas... Como ambas dibujamos más o menos bien, finalizamos el trabajo a golpe de brocha y lápiz de ojos. ¡Qué risa, por Dios!. ¡Vaya monstruos!.
Nos costó trabajito atrevernos a bajar. Finalmente, nos agarramos como las “agüelillas” y comenzamos a caminar a pasos cortitos en dirección al establecimiento donde vendían tabaco. Se nos hacía super complicado el andar, por las muletas de mi hermana. Agachábamos la cabeza mogollón, pues no deseábamos que nadie viese nuestras caras. Pero es que el ataque de risa era para morirse... Y lo más fuerte: ni una sola persona se dio cuenta de que éramos señoras mayores falsas. ¡Increíble!. Motivo por el que nos descojonábamos aún más... incluso un coche paró para que cruzásemos un paso de cebra. Parecíamos vetustas del “todo a 100”, y ni un viandante se percataba del engaño. Y más nos reíamos nosotras aún...
Llegamos a la puerta de la tienda en cuestión y descubrimos que -con los nervios- no habíamos camuflado nuestras manos de niñata con las uñas rositas. Se iba a dar cuenta el tío del tabaco en cuanto las mirara. Y aparte, tanta carcajada nos impedía entrar. Decretamos pedir el favor a cualquiera que pasase a nuestro lado. Diríamos que era un recado para un nieto, o algo así...
...¡Y en qué hora tomamos esa decisión, y con qué mal ojo!. Dos “choris” se acercaron y a ellos nos dirigimos. Aún no habíamos abierto la boca, cuando uno le arrancó a mi hermana el pañuelo de doña Rogelia dejando entrever un pelo de punky con el flequillo lleno de talco.
-¡Vosotras no sois viejas!, Ja, ja, ja...- gritó el idiota.
Si hubiese sido un avestruz, mi cabeza estaría aún bajo el asfalto... Con la cara pegada al pecho, porque sin el trapo en la cabeza la pinta era aún más espantosa, la de las muletas le rogó que le devolviese el “moquero” del pelo. El otro, de esos quinquis impertinentes y sin educación que siempre perdurarán, comenzó a pasarle el pañuelo al colega, mareándola. La estampa era ridícula, en serio. Esas caras tan cutres que llevábamos no les imponían ningún respeto, comprensible por otra parte. Por fin les arrancó de las manos el trapo, que le coloqué como buenamente pude... Deseábamos ser invisibles cuando el tío comenzó a dar patadas a la escayola de la enferma, gritando:
-¡Esto también es de mentira!. ¡Esto te lo has colocado tú!- y golpeaba el yeso sin parar...
Acojonadas vociferamos que la dejasen en paz, que “eso era lo único real de nuestro atuendo”, consiguiendo que se aburrieran y se alejaran.
¡Qué mal rato, en serio...! Temblorosas, acordamos volver a casa sin los cigarrillos, con bastantes menos risas y... peores pelos.
Pasitos cortos de nuevo, cabezas mirando al suelo, bocas cerradas y... socorro: reunión de vecinos en nuestro portal. Cualquiera entraba con esas pintas. Podían apalearnos. Si te fijabas con detenimiento en las caras que nos habíamos construido, nos asemejábamos al “coco”. Por eso y, con muchísima paciencia, nos situamos en la acera de enfrente de la reunión. A todo esto, hacía un calor de mil demonios y el sol nos daba directamente en “toa la jeta”. Entre el abrigo, la toquilla, la plasta pegada a la cara... Un suplicio.
Media hora dándonos de lleno el astro rey y, los vecinos, charla que te charla...
Mi hermana rompió el silencio que llevábamos manteniendo desde que llegamos. Para variar, escogió para ello una sonora carcajada:
-¡Tía, se te ha derretido la masa de la nariz!!! Jua, jua, jua...- chillaba revolcándose.
Me asomé al escaparate de al lado y... socorro. ¡Me había convertido en el “pavo Felipe” de mi infancia!!!. Aquella protuberancia perfectamente modelada por mi mano artesana se había derretido por el sol, convirtiéndose en un largo moco colgandero... Y, “mocos”, los que se me salieron ”pa” afuera de la risa que me entró... ¡No puedo conmigo! -me dije espantada...
-¿Qué porras hago ahora, tía?- inquirí, pegando mi cara a la pared para que no me divisara nadie.
Ella reía y reía, vociferando:
-¡No hagas nada, que es peor! Ja, ja, ja...- y se apretaba la barriga con su también cara de monstruo. La escena era del tren de la bruja. La una, enchaquetada, con el pañuelo torcido, descojonada y llena de lágrimas color maquillaje. La otra, era un pavo real con chal... Vamos, un cuadro...
Cuando el eterno consejo de vecinos finalizó, me apresuré a subir las escaleras sin esperar a la hija de Mari Carmen y sus muñecos. El espejo se llenó de vaho por mi aliento al divisar mi colgajo... Tardamos rato en dejar de reír y horas en lavarnos y despegarnos aquel cemento armado. Mi madre, nunca se enteró.
...Y encima, ni un mísero pitillo para aliviar tensiones...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

tenía 10 años, era halloween, y nunca había salido a pedir dulces ni nada de eso
así que mi mamá y yo planeamos una miniexcursión de dia de brujas: iría disfrazada a casa de mi única amiga en aquel entonces que por cierto vivía en frente de mi casa, así que la ruta... sería muy corta.

me puse una mascara color piel de bruja, (era más de anciana fea que de bruja bruja)
una mantilla sobre la cabeza me cubría hasta las rodillas, falda larga y el bastón de mi abuelo
listo
salí a la calle encorvada y gimiendo, mi madre me observaba desde el portal

cuando regresaba a casa escuchamos dos gritos: "ayyy cabrón que es eso??" "'pa su chingada madre!" y un arrancón de carro: dos ebrios en la calle, bastante crédulos y cobardes XDD

NIKITA dijo...

Un honor estar aqui, prometo leerlo entero. :)

Unknown dijo...

Como decía Platón: cualquier situación, por abominable que se nos antoje, siempre es susceptible de empeorar.

No sé si lo decía Platón, pero no le hubiese faltado razón. Qué risa con el sucedido con tu hermana, y qué reyes magos más guarrindongos los vuestros, seguro que esos eran de Occidente, y no de Oriente.

En el cole de los Maristas yo solía hacer mucho de reí a los que comían en mi mesa, y un día, como castigo divino, a Caludio Galadíes, debido a las carcajadas se le cayó una mocarrada verde del copón en mitá la sopa.

Era sopa de letras, y eso me recuerda que mi amigo Wellceboo ha estado en Rusia hace poco, y me dijo que allí vio sopa de letras en alfabeto cirílico, ¿por dónde iba?...

El hermano Solà -un tío chungo, Heinrich Himmler a su lado la Madre de Teresa de Nueva Delhi-, le hizo acabarse la sopa, lo cual desató el asco de otro coleguita que se sentaba a mi lado, Alcántara de apellido, que allí mismo, sin pasar por la casilla de salida y sin cobrar las veinte mil pesetas, potó sobre su sopa.

Y pa' dentro también, claro, que si no el reverendo te arrancaba la cabeza de un hostia sin consagrar y a mano abierta.

Sobreviví como pude, y un par de días después pregunté a Alcántara: "¿cómo pudiste comerte aquello?"; "-es como cuando irutas con tropezones", me contestó.

Ahora mismo no recuerdo si los rumiantes tienen cuatro o cinco estómagos, pero aquel día yo no tenía ninguno.

El horror... el horror...